Capítulo 22
El pecado
“Por tanto, como
el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la
muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos
5.12).
¿Cómo sería
el mundo si no hubiese guerra, ni homicidios, ni robos, ni pleitos familiares?
¿Cómo sería si todos los hombres fueran perfectos como lo fue Adán antes de
pecar? Sería un lugar bello, ¿verdad? Al comparar nuestro mundo pecaminoso con
un mundo sin pecado se nos da una idea de cómo es el pecado.
El pecado
ha sido definido de la siguiente manera: “cualquier pensamiento, palabra,
acción, omisión o deseo contrario a la ley de Dios”. La palabra pecado se
refiere a toda iniquidad y a la corrupción espiritual del alma. Es el opuesto de
la justicia.
La
Biblia define el pecado
· “El
pensamiento del necio es pecado” (Proverbios 24.9).
· “Todo
lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14.23).
· “Y al
que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago
4.17).
· “El
pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3.4).
· “Toda
injusticia es pecado” (1 Juan 5.17).
El
origen del pecado
El relato
del origen del pecado en el mundo se encuentra en Génesis 3.1–8. Antes de que el
pecado entrara en el mundo el hombre era puro y santo, vivía una vida muy feliz
y estaba contento con todo. Él llevaba la imagen de su Creador; no sabía nada de
la culpa ni de la muerte. El hombre estaba libre de toda condenación y gozaba de
comunión con Dios. Pero después que Satanás engañó a Eva apareció entonces la
primera transgresión del hombre, como dice en Romanos 5.12: “Por tanto, como el
pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte
pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. La naturaleza del hombre
fue cambiada. En vez de ser “bueno en gran manera” (Génesis 1.31) como lo hizo
Dios, ahora Dios tuvo que decir del hombre: “Todos pecaron, y están destituidos
de la gloria de Dios” (Romanos 3.23).
El
pecado de Adán y los pecados nuestros
Ser un
pecador no depende de la clase o el tamaño de los pecados cometidos. Un hombre
roba una manzana y otro hombre roba mil dólares. Delante de Dios los dos son
culpables. No por robar una cosa grande o pequeña, sino por robar. Cuando
Dios nos dice una cosa y hacemos otra, lo que nos aparta de Dios es el hecho que
fuimos desobedientes. No nos engañemos, pues, pensando que los pecados nuestros
no son tan malos como los de otras personas. Por tanto, aunque nuestro pecado
parezca muy pequeño será suficiente para apartarnos de nuestro Dios. El pecado
de Adán y Eva cuando comieron del fruto prohibido no parece importante en
comparación con los pecados y crímenes graves que se cometen en la actualidad.
Sin embargo, su pecado bastó para separarlos de Dios y traer sobre ellos y sobre
su descendencia la condenación de muerte.
1.
El pecado de
Adán
Un solo
pecado destruyó la pureza, perfección, santidad y la vida del hombre. Este
pecado no consistió solamente en extender la mano y tomar el fruto del árbol
prohibido; tomar el fruto fue sólo el resultado del hecho de dejar a Dios y
seguir a Satanás. El pecado, por lo tanto, fue la condición del alma y no
sólo la acción de la mano que cogió el fruto. El hombre perdió su
relación con Dios y por eso llegó a ser pecaminoso. Del pecado de Adán recibimos
la corrupción de la naturaleza humana, la mortalidad y la separación de Dios.
Esta condición se ha trasmitido de generación en generación y conduce a cada
persona al pecado propio. Solamente la sangre de Jesucristo puede quitar esta
mancha. (Lea Salmo 51.5; Hechos 17.26; Romanos 3.9–23; 5.12–19; 2 Corintios 5.14
y Efesios 2.3.)
2.
Los pecados
cometidos
Cuando el
pecado existe en el corazón, éste se manifiesta de algún modo en la vida de la
persona. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías
17.9). Por tanto, “del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los
adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las
blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mateo
15.19–20).
A veces
escuchamos la pregunta: ¿Soy yo responsable por el pecado de Adán? No. Pero el
pecado de Adán, o mejor dicho la naturaleza pecaminosa que heredé de Adán, me
hará pecar. Y eso sí me condenará delante de Dios.
3.
Los pecados de
omisión
Esto es
cuando no hacemos las cosas que sabemos que debemos hacer. Dios, por
medio de Santiago, nos dice: “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es
pecado” (Santiago 4.17). Si sabemos que Dios quiere que hagamos algo, y no lo
hacemos, pecamos.
El
pecado imperdonable
Este tema
fue debatido varias veces por Cristo y los apóstoles, y la seriedad del mismo
exige que lo volvamos a revisar. A continuación citamos algunos versículos de la
Biblia sobre el tema:
“Por tanto os
digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia
contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra
contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el
Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero” (Mateo
12.31–32).
“Porque es
imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y
fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena
palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez
renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de
Dios y exponiéndole a vituperio” (Hebreos 6.4–6).
Nuestro
Salvador dio la solemne advertencia contra el pecado imperdonable porque los
fariseos lo acusaron de echar fuera a los demonios “por Beelzebú, príncipe de
los demonios,” atribuyéndole así a Satanás el poder que sólo Dios posee (Mateo
12.24). Con relación a la blasfemia contra el Espíritu Santo bien se ha dicho
que no es por falta alguna del poder de la sangre de Cristo que jamás se perdona
este pecado ni por falta de la misericordia perdonadora de Dios. Más bien, es
porque los que cometen el pecado imperdonable desprecian y rechazan el único
remedio para el pecado, el poder del Espíritu Santo que aplica al alma del
hombre la redención por medio de la sangre de Cristo.
Algunas
personas temen haber cometido el pecado imperdonable. A ellos se les puede hacer
una pregunta: ¿Desea usted arrepentirse y dejar el pecado? Si la respuesta es
“sí”, entonces no ha cometido el pecado imperdonable, pues una verdadera
angustia y arrepentimiento por los pecados es la mejor evidencia que no se ha
cometido el pecado imperdonable. La Biblia dice que para los que cometen el
pecado imperdonable “es imposible que (...) sean otra vez renovados para
arrepentimiento” (Hebreos 6.4–6).
No debemos
concluir que alguien ha cometido el pecado imperdonable y dejar de llamarlo al
arrepentimiento. ¿Cómo podemos estar seguros que la persona ya no puede
arrepentirse? Es por eso que sería mejor seguir llamando al tal, aunque creamos
que no puede arrepentirse que dejar de llamar a uno que
pudiera.
Hay
personas que, teniendo en cuenta estos versículos, declaran que cuando un
cristiano cae en pecado nunca puede arrepentirse. Pasan por alto versículos como
Santiago 5.19–20; 2 Pedro 3.9 y 2 Corintios 7.9.
Las dos
lecciones prácticas que podemos aprender de la enseñanza bíblica sobre el pecado
imperdonable son:
1. “Así que, el que piensa estar firme,
mire que no caiga” (1 Corintios 10.12).
2. El hecho de que pecar contra el Espíritu
Santo es el único pecado que pone al hombre más allá del arrepentimiento destaca
la gracia y la bondad de Dios.
Lo que nos hace
vulnerables al pecado
1.
La depravación
heredada
Como dice
Pablo, somos “por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2.3). Es decir, hemos
heredado de Adán la tendencia hacia el pecado por medio de nuestros antepasados.
Los hijos tienen la inclinación a pecar porque la han heredado de sus padres que
también son pecadores. De manera que, sobre los padres descansa una gran
responsabilidad de enseñarles a los hijos a refrenar su naturaleza pecaminosa y
luego a encontrar en Cristo el remedio para su pecado.
2.
La
tentación
Satanás se
aprovecha de la concupiscencia de los hombres, tentándolos a pecar. “Cada uno es
tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago
1.14). Por esta razón debemos huir de lo que atrae a nuestra naturaleza
pecaminosa. (Lea Mateo 4.1–11; 6.13; 1 Corintios 10.13; Santiago 1.2–6,
12–17.)
3.
La
ignorancia
Por falta
de entendimiento muchas personas han caído en pecados graves que han afectado
toda su vida. Pero lo que necesita la humanidad no es el conocimiento del
pecado, sino el entendimiento acerca del pecado. Este entendimiento debe ir
acompañado junto con las instrucciones de cómo alejarnos de las garras
mortíferas del pecado. (Lea Levítico 4.2–3; Salmo 79.6; Jeremías 9.3; Lucas
12.48; Hechos 17.29–30; Efesios 4.18.)
4.
La
ociosidad
Muchos
jóvenes se han olvidado de los proverbios antiguos: “La ociosidad es la madre de
todos los vicios” y “Una mente ociosa es el taller del diablo”. Ocúpese haciendo
algo útil, algo que pueda hacerse para la gloria de Dios y escapará de muchos
lazos en los cuales han caído los ociosos. Una de las maldiciones más grandes
del tiempo moderno es que hay muchos padres que crían a los jóvenes sin
enseñarles cómo trabajar. Dé trabajo a los ociosos del pueblo y limpie los
lugares de ociosidad, y muchas de las maldades desaparecerán. (Lea Proverbios
10.4; 12.24; 13.4; 24.30–34; 26.15; 2 Tesalonicenses 3.10–12; 1 Timoteo
5.13.)
5.
La
indiferencia
La actitud
de “¿qué me importa?” ha llevado a muchas personas a una vida de pecado.
Al que nada le importa siempre escoge el camino que le parece más placentero, el
camino de pecado.
6.
La influencia de los malos
compañeros
Nuestro
peor enemigo, fuera de nuestra carne, es la persona que pretende ser nuestro
amigo, pero nos insta a pecar. “Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar,
no consientas” (Proverbios 1.10). ¿Ha visto usted lo que le pasa a una naranja
buena después de haber estado entre naranjas podridas?
7.
La avaricia
Hay gente
que hacen ganancias por medio de negocios fraudulentos y no se dan cuenta que al
sacrificar su integridad pierden algo de más valor que el dinero. Por tratar de
mantener una posición alta en la sociedad, algunos han sacrificado una
conciencia tierna sin darse cuenta que ellos salieron más bien perdiendo que
ganando. Con el objetivo de ganar una posición alta anhelada algunos hombres se
han envilecido renunciando a su integridad a cambio de ganancia o fama mundana.
Cuando se sacrifican la piedad y la pureza a cambio de los tesoros mundanos
(Proverbios 23.5) hay contaminación de pecado y la pérdida no puede ser
recobrada con nada que este mundo ofrezca. Lea la historia del hombre rico y
Lázaro (Lucas 16.19–31) y también la del rico insensato (Lucas
12.15–21).
8.
La lisonja
Esto es
algo que es más difícil resistir que la oposición abierta y directa. Es cierto
que hoy, así como en los días de Salomón, “la boca lisonjera hace resbalar”
(Proverbios 26.28).
Detrás de
todo esto está la influencia y la obra del “padre de mentira” (Juan 8.44), el
gran engañador de las almas que conoce las debilidades y las flaquezas de los
hombres. Él no pierde ninguna oportunidad para conducirlos a la perdición. En
resumen, todo pecador puede decir verdaderamente: “La serpiente me engañó, y
comí” (Génesis 3.13).
Resultados del pecado
1.
La muerte
El
resultado del pecado se resume en esta advertencia a Adán: “Porque el día que de
él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.17). Y todas las citas que
mostramos a continuación testifican que la muerte corporal y espiritual son la
paga del pecado: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18.4); “La paga del
pecado es muerte” (Romanos 6.23); “La muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12); “El pecado (...) da a luz la muerte”
(Santiago 1.15); “Muertos en (...) delitos y pecados” (Efesios 2.l); “La que se
entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1 Timoteo 5.6).
2.
La
corrupción
El pecado
es un proceso que corrompe la persona haciéndola vil ante los ojos de Dios y
vergonzosa a la luz de la justicia y santidad verdadera. Es algo que no se puede
eliminar ni por medio de la civilización, ni de las buenas costumbres, ni de la
cultura. Pues al fijarnos en los países que pretenden ser más civilizados
también encontramos que los mismos son parte de los medios más vergonzosos de
inmundicia. ¿Adónde se puede ir en este mundo sin que la corrupción sea tan
evidente? En todas partes se nota que los hombres son “amadores de sí mismos,
avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres,
ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes,
crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores
de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3.2–4). El pecado es una enfermedad
mortal que primero corrompe, y por último destruye alma y cuerpo
(Romanos 1.20–32).
3.
La miseria
Hay muchos
que se engañan con la idea de que la religión sólo vale a la hora de la muerte;
pero mientras viven prefieren la vida de pecado, suponiendo que sacan mayor
satisfacción y placer del pecado. Pero, “no os engañéis” (Gálatas 6.7). ¿Por qué
hay tanta miseria, pobreza, aflicción, dolor, enfermedades y plagas en el mundo?
Es por causa del pecado. ¿Por qué hay cárceles, penitenciarías y escuelas de
reformación de la conducta? ¿Por qué las peleas, las disputas, el asesinato, las
persecuciones, las guerras y los otros pesares de la vida? ¿Por qué existen esas
chozas miserables de prostitución en nuestras ciudades, el remordimiento de la
conciencia, la angustia del alma y las esperanzas arruinadas? A causa del
pecado. “¿Para quién será el ay? ¿Para quién el dolor? ¿Para quién las
rencillas? ¿Para quién las quejas? ¿Para quién las heridas en balde? ¿Para quién
lo amoratado de los ojos? Para los que se detienen mucho en el vino” (Proverbios
23.29–30). Esta lista de miserias y aflicciones es típica de lo que produce
cualquier pecado. ¡Las palabras no bastan para describir los lamentos, los
pesares y las desolaciones causadas por el pecado!
Es cierto
que muchas veces el pecado trae lo que los hombres llaman placer. Como las
drogas, el pecado da una sensación de placer momentáneo. Los que están bajo la
influencia de este engañoso “jarabe que calma” miran con lástima o desprecio a
los que andan en pasos de justicia y santidad verdadera. Pero tales placeres
sólo son pasajeros. El que se toma un trago de vez en cuando corre el riesgo de
llegar a ser el borracho que tambalea por las calles. El joven que fuma
cigarrillos finalmente llega a convertirse en un esclavo enfermo. El jugador de
suerte corre el riesgo de caer bancarrota y un libertino entregado a los vicios
llega a ser un destructor de hogares. Como un “jarabe que calma” el pecado puede
tranquilizar por un tiempo, pero sólo adormece a la víctima y le asegura el
terrible día de la ira y de la retribución.
4.
La condenación
eterna
Los peores
resultados del pecado no se experimentan en esta vida, sino en la eternidad.
Cualquier cosa que se experimente en este mundo será muy ligera en comparación
con lo que ha de venir. El edicto está escrito: “Todo lo que el hombre sembrare,
eso también segará” (Gálatas 6.7). Aquí sembramos, allá segamos. Si en esta vida
sembramos para la carne, en el mundo venidero segaremos corrupción (Gálatas
6.8). Si aquí sembramos para el Espíritu, más allá segaremos vida eterna. Si los
resultados del pecado aquí, manifestados claramente al hombre, son
indescriptibles por la lengua y la pluma humana, ¡qué angustia y miseria habrá
cuando se junten los lamentos y gemidos de las almas condenadas con los del
diablo y sus ángeles, en medio de las llamas del infierno donde “el humo de su
tormento sube por los siglos de los siglos”! (Apocalipsis 14.1
l).
La
liberación del pecado
¿Acaso no
hay manera de escapar? ¿No hay alguna manera en que los perdidos y encadenados
por el pecado puedan librarse de su esclavitud y escapar del castigo del fuego
eterno (Judas 7)? Gracias a Dios, sí la hay. Hay perdón por los pecados
cometidos si cumplimos con los requisitos de Dios para tal perdón (Lucas 24.47).
“Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio
de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5.9). La gracia de Dios se
extiende a toda alma. A cada persona encadenada por los grilletes del pecado le
llega la invitación bondadosa y celestial: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los
términos de la tierra, porque yo soy Dios” (Isaías 45.22). No obstante, esta
promesa se basa en la siguiente: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo
sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al
Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55.7). “Si no os
arrepentís”, el único resultado será que “todos pereceréis igualmente” (Lucas
13.3).
La
victoria sobre el pecado
La libertad
del pecado sólo es posible cuando la persona se somete al poder de Dios y a la
dirección de su Espíritu. No hay poder, ni en la tierra ni en el infierno, que
pueda negar a cualquiera la victoria perfecta en nuestro Señor Jesucristo, con
tal que la persona cumpla con los requisitos de la palabra de Dios. Aunque se
trate de los hombres más fuertes y más inteligentes lo cierto es que: “separados
de [Cristo] nada podéis hacer” (Juan 15.5). Sin embargo, el más débil puede
decir: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4.13). ¿Cómo,
pues, venceremos?
· Por
medio de la sangre del Señor Jesucristo: “Y ellos le
han vencido por medio de la sangre del Cordero” (Apocalipsis
12.11).
· Por
medio de la fe: “Y esta es la victoria que ha
vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5.4).
· Al
vestirnos de toda la armadura de Dios: “Fortaleceos
en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios
(...) para que podáis resistir en el día malo, y (...) sobre todo, tomad el escudo de la fe, con
que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios
6.10–16).
· Por
medio de la palabra: “En mi corazón he guardado tus
dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119.11).
Nuestra
lucha contra el pecado significa una batalla continua contra los poderes del
maligno. Pero tenemos que recordar que “las armas de nuestra milicia no son
carnales, sino poderosas en Dios” (2 Corintios 10.4). Confiemos en Dios; su
poder es infinito, su amor es infalible y él promete que nunca dejará ni
abandonará a los suyos. Es nuestro privilegio experimentar continua y
diariamente lo descrito por Pablo: “Antes, en todas estas cosas somos más que
vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8.37).
Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com/doct22 (PUNTO) htm
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