Capítulo 32
La santificación
“Así que, si
alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil
al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2.21).
Su significado
El
significado principal de la palabra santificar en la Biblia es “apartarse
o consagrarse a alguna causa, propósito u obra especial”. Tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento se emplean con frecuencia varias formas de esa
palabra. En casi todos los casos, el significado de la frase no cambiaría si la
palabra “santificar” fuera sustituida por las palabras “separar” o “apartar”.
Dios aparta (santifica) a su pueblo para un propósito santo. Así que el
significado de santificar incluye también la pureza, la santidad y la
consagración a Dios. La santificación indica:
1.
Consagrarse
“Y
bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó” (Génesis 2.3); o sea, lo apartó
como un día consagrado a él. Los israelitas no se acercaron al Monte Sinaí
porque Dios había puesto límites alrededor del mismo y lo había santificado
(Éxodo 19.23). Este monte estaba apartado para un propósito santo. (Lea también
Levítico 8.10–11; Juan 17.17; 1 Tesalonicenses 4.3; Hebreos
9.3.)
2.
Limpiarse, purificarse
(Lea 1
Tesalonicenses 5.23; Hebreos 10.10, 14.) Para servir a Dios tenemos que ser
puros, santos y limpios por medio de la sangre de Cristo. “Seguid (...) la
santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12.14).
Qué efectúa nuestra santificación
Debemos
considerar no solamente lo que Dios hace para santificarnos, sino también lo que
él pide que nosotros hagamos para cooperar con él en esta obra. Dios y el hombre
tienen cada uno su parte. Reconocemos que la santificación es la obra de Dios,
porque aunque el hombre tratare de santificarse a sí mismo por mil años no sería
santo. Pero Dios jamás santifica a nadie a la fuerza. Esto quiere decir que Dios
santifica a los que cumplen sus requisitos. Veamos de forma breve lo que
contribuye a nuestra santificación:
1.
Dios, el
Padre
“Y el
mismo Dios de paz os santifique por completo” (1 Tesalonicenses 5.23).
“Santificados en Dios Padre” (Judas l). Esta obra fue profetizada en Ezequiel
37.28.
2.
Dios, el
Hijo
“Por lo
cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció
fuera de la puerta” (Hebreos 13.12). Somos “santificados mediante la ofrenda del
cuerpo de Jesucristo” (Hebreos 10.10). Además, Pablo escribió a los efesios que
Cristo santifica a la iglesia “en el lavamiento del agua por la palabra”
(Efesios 5.25–27).
3.
Dios, el Espíritu
Santo
Pablo
afirma a los tesalonicenses que la salvación es “mediante la santificación por
el Espíritu y la fe en la verdad” (2 Tesalonicenses 2.13). Pedro se refiere a la
iglesia como los “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación
del Espíritu” (1 Pedro 1.2). (Lea también Romanos 15.16; 1 Corintios
6.11.)
4.
La palabra de Dios
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17.17).
Dios nos da su palabra, la aceptamos, y así somos santificados mediante “el
lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5.26). Además, nosotros somos
hechos “limpios por la palabra” (Juan 15.3). Es por medio de la Biblia que
conocemos nuestros pecados. Somos santificados cuando obedecemos a Dios después
de recibir ese conocimiento.
5.
La
fe
Cristo,
el sacrificio por nuestros pecados, “nos ha sido hecho (...) santificación” (1
Corintios 1.30). ¿Cómo puede ser? Cuando acudimos a él y nos aferramos a sus
promesas por fe, él llega a ser nuestro santificador. Recibimos herencia entre
los santificados por medio de la fe en Cristo (Hechos 26.18).
¿Cuándo somos santificados?
Veamos
dos verdades bíblicas:
1.
La santificación es una obra
instantánea que sucede en el tiempo de la conversión
“Y estos
erais algunos; más ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús” (1 Corintios 6.11). “En
esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo
hecha una vez para siempre. (...) Porque con una sola ofrenda hizo perfectos
para siempre a los santificados” (Hebreos 10.10, 14).
Hay
personas que piensan que cuando alguien se convierte sólo recibe la
justificación. Estas personas piensan que después de un tiempo indefinido
de ser un “cristiano carnal” entonces se recibe una manifestación del Espíritu
Santo con la cual Dios santifica a la persona. Pablo nos asegura que “si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8.9), que sin la
santidad (la santificación), nadie verá al Señor (Hebreos 12.14) y que “los que
son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas
5.24). Juan también dice así: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el
pecado” (1 Juan 3.9). Estos versículos contradicen la teoría que enseña que el
nuevo convertido no es santificado.
Concluimos, pues, que cuando una persona se convierte al Señor es
santificada. Dios la aparta del pecado para sus propósitos santos. Pero el
Espíritu Santo sigue vivificándole (Hechos 4.31), por lo cual la misma vive con
más gozo, mayores logros espirituales, más fortalecimiento, más celo y más
santidad. El hecho de que la santificación es instantánea y completa no
contradice la realidad de que hay un crecimiento espiritual en dicha
persona.
La santificación es una obra progresiva que continúa durante la
vida del cristiano
Después
que hemos entrado en la gracia es entonces que vemos que estamos creciendo “en
la gracia y el conocimiento de nuestro Señor” (2 Pedro 3.18). Como hijos de Dios
crecemos espiritualmente (1 Tesalonicenses 3.12), abundamos “más y más” (1
Tesalonicenses 4.1, 10), vamos “adelante a la perfección” (Hebreos 6.1) y nos
perfeccionamos en “la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7.1). El hijo
natural no sería normal si no continuara desarrollándose desde su niñez.
Asimismo, el hijo de Dios no es normal si no continúa creciendo
espiritualmente.
Por
ejemplo, piense en un niño que tiene dos años. Usted quedará impresionado con su
listeza, sus charlas inocentes y su inteligencia prometedora. “¡Qué hijo más
inteligente y prometedor!”, usted dirá. Pero luego el niño adquiere una
enfermedad que impide su desarrollo. Diez años después usted ve al mismo niño
otra vez. “¡Qué muchacho más atrasado!”, sería su expresión aunque éste pueda
hacer mucho más que la primera vez que usted lo vio.
Asimismo
pasa con el niño en Cristo que se ha convertido en un recién nacido en el reino.
“¡Bueno en gran manera!” dice el Creador. Pero, ¿qué pasa si ese mismo hijo de
Dios, por no aprovecharse de la abundante gracia de Dios, no se desarrolla
espiritualmente? Lo que sucede es que uno puede ver a esa persona unos años
después de su conversión sin notar ninguna evidencia del crecimiento en la obra
del Señor. “¡Atrasado espiritualmente!”, diría usted. El que no crece, física o
espiritualmente, no es normal.
Usted
comienza en su vida cristiana, se arrepienta de todo el pecado que Dios le
muestra en su vida y en su corazón y Dios está contento de su condición. Así es
como usted llega a tener una conciencia limpia delante de Dios y los hombres. Su
comunión con Dios y con los santos lo mantiene bien nutrido y, ¿qué sucede
entonces? Usted crece espiritualmente.
Al crecer
usted espiritualmente su entendimiento se desarrolla de tal manera que ahora
usted no puede seguir haciendo algunas cosas que antes hizo. Usted se arrepiente
de las mismas y deja de hacerlas. Esto continúa por muchos años. Por fin, al
usted compararse con lo que fue en los años anteriores ahora le asombra que no
notó esas cosas en aquel tiempo. Esto quiere decir que usted ha crecido
espiritualmente. Durante todos estos años la luz ha brillado más y más, y por la
gracia de Dios, si continúa creciendo, brillará aun más. “Mas la senda de los
justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es
perfecto” (Proverbios 4.18). A esto es a lo que llamamos la santificación
progresiva.
La
santificación perfecta y completa será la herencia gozosa de cada santo en la
venida de nuestro Señor; pues entonces ningún manto mortal oscurecerá la vida y
la luz de Dios dentro del alma. De manera que nuestro estado allí será
perfecto.
Resultados de la santificación
1.
La unión con
Cristo
“Porque
el que santifica y los que son santificados, de uno son todos” (Hebreos 2.11).
Cuando Dios nos aparta para servirle a él, significa dos cosas: (1) Estamos
separados del pecado (Romanos 6.1–2; 12.1–2; 2 Corintios 6.14–18) y (2) estamos
unidos con Cristo mismo (Juan 17.21–23).
2.
La perfección
cristiana
“Porque
con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos
10.14). (Lea también Mateo 5.48.) ¿Cómo es posible que un humano imperfecto
alcance la perfección cristiana? Sólo mediante la purificación por medio de la
sangre de Cristo y el poder de Dios para guardarnos sin mancha. La perfección
por medio de la sangre es la perfección llevada a cabo por el único sacrificio
en la cruz.
3.
La separación del mundo
“Jehová
ha escogido al piadoso para sí” (Salmos 4.3). (Lea también Romanos 12.1–2; 2
Corintios 6.14–7.l.) La conclusión es: “Apartaos, dice el Señor (...) y yo os
recibiré” (2 Corintios 6.17). La santificación nos aparta del mundo para que
podamos estar unidos con nuestro Padre santísimo.
4.
La herencia eterna
Es
evidente que todos los santificados en Cristo son coherederos con Cristo: (1)
Dios les ha prometido a todos los fieles una “herencia con todos los
santificados” (Hechos 20.32). (2) La santidad (santificación) se menciona entre
los requisitos para ver “al Señor”. (3) “Todas las cosas” de Apocalipsis 21.7
son prometidas a los vencedores, y los únicos vencedores son los que son
santificados.
5.
La preparación para el
servicio
“Así que,
si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado,
útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2.21). El poder del
Espíritu Santo está disponible sólo a los que son santificados. Y el poder del
Espíritu Santo es necesario para el servicio eficaz. La consagración (una parte
de la santificación) significa rendirse del todo a Dios, lo cual significa que
todos los poderes humanos están en el altar para que Dios los use como a él le
parezca bueno. Por esto algunas personas que poseen talentos muy comunes cumplen
más para el Señor que muchos que son bendecidos con más talentos, pero no son
consagrados al Señor.
6.
Un crecimiento constante en la
gracia
(Lea
Efesios 4.11–16; 1 Tesalonicenses 4.1–10; 2 Pedro 3.17–18.) No hay condición más
favorable para un crecimiento espiritual rápido y constante que una vida
consagrada y santa. Una vida así tiene el poder del Espíritu Santo para cumplir
con la obra de Dios. Esto llena al alma con las riquezas de la gracia de Dios,
impulsa la actividad espiritual que es tan esencial para el desarrollo
espiritual, y es una tierra fértil y favorable que abunda en el fruto del
Espíritu Santo. De la misma manera que la vegetación crece tan rápido al
disfrutar en abundancia del calor del sol, así también el hijo de Dios crece al
gozar la claridad del cielo en su vida santificada.
“El mismo
Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y
cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”
(1 Tesalonicenses 5.23).
Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com/doct32 (PUNTO) htm
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