Capítulo 48
La abnegación
“Y decía a
todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo
el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lucas
9.23–24).
Parece
ser una contradicción, pero según nos dicen las escrituras para salvar la vida
hay que perderla; y para perderla sólo hay que tratar de salvarla. A los que
están vivos espiritualmente se dice: “Habéis muerto, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3.3). La vida eterna es sólo para
aquellos que se niegan a sí mismos, crucificando al primer Adán (el hombre
viejo) para que el segundo Adán (Cristo) reine en su vida (Mateo 10.39; 16.25;
Marcos 8.34–38; Lucas 17.33; Juan 12.25).
¿Por qué negarse a sí mismo?
1.
Es esencial para vivir en
Cristo
Esta es
la razón principal por la cual debemos abnegarnos. Lea Marcos 8.34–35; Lucas
9.23–24; 14.27. Para experimentar la vida del Cristo resucitado tenemos que
participar en su muerte. Es decir, que para nacer de nuevo la vieja vida tiene
que morir, y para andar en vida nueva hay que vivir negándose a sí mismo
diariamente.
La carne
y el Espíritu Santo son enemigos. No podemos vivir en los dos a la misma vez
(Romanos 8.1–2; Gálatas 5.17–23; 6.7–8). Es inútil pensar que uno puede vivir
una vida agradable a Dios sin tener al cuerpo bajo sujeción, o sea,
crucificado.
2.
Satisfacer los deseos de la
carne corrompe a uno mismo y a otros
Siguiendo
las concupiscencias de la carne, los hombres se han hecho borrachos, glotones,
adúlteros, mentirosos, ladrones, asesinos y esclavos a toda forma de pecado.
Satanás llega a los hombres y les tienta a ceder a “los deseos de la carne, los
deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2.16). Aunque el pecado
les parece deseable, su fin es corrupción. El mismo destruye a los que lo
cometen, a sus hogares y a sus comunidades. Por nuestro propio bien y por el
bien de los que están a nuestro alrededor, tenemos que negarnos a nosotros
mismos a diario.
3.
Sólo así podemos vivir en
victoria
Los
apetitos legítimos del cuerpo son de Dios, son esenciales a la vida y son puros
y sanos. Pero cuando uno permite que ellos reinen en nuestras vidas entonces
Satanás entra al alma por medio de ellos y logra arruinarla. Entre estos
apetitos están el anhelo de comer, el deseo de descansar o permanecer en el ocio
y el apetito sexual. Si estos apetitos no se controlan producen toda clase de
desenfreno y pecado.
Cristo
“fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos
4.15). ¿Por qué? Él practicaba la abnegación; controlaba su cuerpo y nunca cedió
a la tentación. Si usted da rienda suelta a los impulsos de la carne caerá en el
pecado. Pero si usted por medio del poder del Espíritu Santo mantiene su cuerpo
en sujeción entonces vivirá una vida victoriosa. El secreto de la vida
victoriosa es mantener cada deseo corporal en el lugar que Dios le ha
asignado.
4.
Los que se abniegan por causa
de Cristo encuentran bendiciones
Los que
practican la abnegación pueden gozarse aun en medio del sufrimiento. Pablo dijo:
“Las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera
que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8.18). Por lo general, ¿quiénes
gozan de la mejor salud? ¿Los que controlan sus apetitos o los que se entregan
al desenfreno? ¿Quiénes son los más libres? ¿Los que dominan sus pasiones o los
libertinos? ¿Quiénes son los más prósperos materialmente? ¿Los que se niegan a
sí mismos o los que compran lo que les dé la gana? ¿Quiénes son los más felices?
¿Los que se niegan a los placeres pecaminosos de esta vida o los que gratifican
la carne y siguen el placer y la vanidad? Satisfacerse a sí mismo gratifica por
el momento, mas al fin trae la derrota y los problemas.
5.
El que se niega a sí mismo
para seguir a Cristo es útil para Dios
La obra
de Cristo avanza porque hay hombres y mujeres que se han consagrado a Dios. Esta
gente domina su cuerpo y vive una vida que “está escondida con Cristo en Dios”
(Colosenses 3.3). Su corazón, sus planes, su dinero, están sobre el altar del
Señor. La salvación de nuestras almas fue hecha posible por el sacrificio de
Jesucristo. De la misma manera, la obra de Dios avanza y se extiende por el
sacrificio de hombres y mujeres cuyas vidas están sobre el altar del
Señor.
6.
La abnegación rinde fruto
eterna
Sin duda
Esaú disfrutó su guisado (Génesis 25.34). Pero, ¿qué fue eso en comparación con
la pérdida de la primogenitura? El hombre rico disfrutó sus banquetes
espléndidos; pero, ¡qué clamores en el infierno! Los placeres del pecado son
temporales, mientras que las bendiciones de la abnegación por causa de Cristo
son eternas. No olvidemos que el desenfreno termina en el infierno, mientras que
la abnegación por causa de Cristo marca el camino que termina en la gloria
eterna.
Lo que se debe negar
1.
A sí mismo
Jesús
dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día, y sígame” (Lucas 9.23). Los que reciben a Cristo tienen que entregarse
por completo a él. “Ya no viven para sí… De modo que si alguno está en Cristo,
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2
Corintios 5.15, 17). Negarnos muchas cosas sin negarnos a nosotros mismos puede
resultar una vida ordenada, pero no una vida nueva. Este tipo de vida no vale
nada para Dios.
2.
El pecado
“Hijo
mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas” (Proverbios 1.10).
“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones
desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la
ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia” (Colosenses 3.5–6).
Asegúrese de decir NO a la carne cada vez que sea tentado a cometer algún
pecado, sea cosa grande o chica, cosa popular o cosa despreciada (Gálatas 5.24;
1 Pedro 2.11; 4.3–4).
3.
Cosas dudosas
Muchas
veces nos enfrentamos con cosas que no sabemos si son buenas o malas. Antes de
participar en algo dudoso, busque la voluntad de Dios acerca del asunto. Cuando
somos tentados a hacer algo sólo porque otros lo hacen, es mejor no hacerlo sin
antes buscar la voluntad de Dios para saber si es bueno o malo. Luego, actúe
conforme a lo que Dios le revela. “El que duda sobre lo que come, es condenado,
porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos
14.23).
4.
Cosas lícitas que hacen tropezar a otra
persona
A Pablo
no le molestaba en la conciencia comer carne porque él sabía que las normas de
la ley en cuanto a comer carne fueron todas anuladas en el evangelio de Cristo.
Sin embargo, Pablo estaba dispuesto a renunciar a este privilegio si era una
ofensa a otros. Él dijo que “bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en
que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite” (Romanos 14.21). Dijo que
“si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás” (1
Corintios 8.13). Cualquier privilegio deja de ser privilegio cuando llega a ser
tropiezo a otros (Romanos 14.15). La palabra “comida” que se menciona en este
versículo se puede sustituir por cualquier privilegio que usted insiste en
practicar aunque sepa que, al hacerlo, otros van a perderse.
5.
Cosas que impiden nuestra más alta
utilidad
Dios lo
ha llamado a usted a una obra. Por eso usted debe dejar cualquier cosa en su
vida que impida su más alta utilidad a Dios. ¿Por qué fue llamado Abraham de su
hogar y parentela para llegar a ser un peregrino? Dios tenía un propósito:
convertirlo en el padre de los fieles; convertirlo en cabeza de una gran nación;
hacer que en su simiente todas las naciones de la tierra fueran benditas. ¿Por
qué el misionero debe abandonar las amistades, su país de origen, y pasar su
vida en tierras lejanas? Él lo hace para obedecer la gran comisión dada a la
iglesia por Cristo. Pablo se quedó sin casarse no porque le fuera incorrecto
“traer (...) una hermana por mujer” (1 Corintios 9.5), sino porque la obra en
que se encontraba era tal que este privilegio hubiera sido un obstáculo para su
utilidad a Cristo y a los hermanos. El negarse a sí mismo abarca más que sólo
decir NO a las tentaciones de la carne y abstenerse de ciertos privilegios que
pudieran llegar a ser tropiezo a otro. Más bien, el negarse a sí mismo incluye
dejar cosas lícitas, agradables y bellas por servir a Dios.
Ejemplos notables de la abnegación
1.
Cristo
Lea
Filipenses 2.5–11. Cristo “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse, sino que se despojó a sí mismo”. La comodidad, la popularidad, las
riquezas y la gloria; él lo sacrificó todo. Su vida entera fue sacrificada para
hacer la obra a la cual Dios lo había llamado. Al ver los resultados de su
abnegación nos percatamos de que él no sólo libró a millones de almas de la
cautividad del pecado, sino que, además “Dios también le exaltó hasta lo sumo, y
le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Filipenses 2.9).
2.
Abraham
Cuando
Dios llamó a Abraham él dejó su hogar, su parentela y sus amigos. Pasó el resto
de su vida en el extranjero, y murió sin recibir lo que le fue prometido.
Abraham hasta estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo cuando Dios se lo pidió.
Por fe él se abnegó y llegó a ser “el padre de los fieles”, y en su simiente son
bienaventuradas todas las naciones de la tierra (Gálatas 3.8).
3.
Moisés
Moisés
sacrificó una buena carrera (Hebreos 11.24–26) a fin de cumplir el propósito de
Dios para su vida. Él dejó la gloria y las riquezas pasajeras de la tierra,
ganando así la gloria y las riquezas eternas.
4.
Los pescadores de
Galilea
Lea
Marcos 1.18; Lucas 5.10–11. Cuando Cristo llamó a los pescadores de Galilea
ellos dejaron todo y lo siguieron. Al dejar sus redes, estos pescadores estaban
dejando su medio de ganarse la vida. No conocían el futuro, pero lo dejaron todo
para seguir a Jesús.
5.
Saulo de Tarso
Cuando
vemos la posición que Saulo había logrado en su carrera religiosa (Filipenses
3.1–10) entonces comprendemos lo que le costó a él dejar esa carrera prometedora
para servir al Dios vivo. ¿Acaso esto valió la pena? ¡Claro que sí! Pablo mismo
da su testimonio en 2 Timoteo 4.5–8.
De estos
y otros ejemplos aprendemos que aunque negarse a sí mismo es un sacrificio es la
única manera de recibir las ricas bendiciones de Dios. Y es la única manera en
que podemos serle útiles a Dios en su reino.
Las recompensas
Negarse a
sí mismo no termina en sufrimiento y derrota. Más bien, es la liberación del
señorío de nuestro ego para vivir en Cristo y tenerle a él viviendo en nosotros.
Al dejar los goces pasajeros de la vida pecaminosa recibimos el gozo del Señor y
finalmente obtendremos las realidades eternas del cielo mismo (Salmo 16.11). Al
renunciar a nuestra propia justicia, Dios nos justifica gratuitamente. Al
negarnos las riquezas terrenales, las cambiamos por las riquezas eternas del
cielo. Y así es con toda cosa que sacrificamos por Cristo: es un cambio de cosas
deseadas por la carne por algo de mucho más valor. Jesús fue un ejemplo perfecto
de cómo negarse a sí mismo. Él se entregó a la muerte en la cruz. Por eso “Dios
también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre”
(Filipenses 2.9). No tema usted seguir sus pasos. Algún día Dios lo recompensará
por abnegarse y usted verá que negarse a sí mismo es en realidad cambiar la
tierra por el cielo.
Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com/doct48 (PUNTO) htm
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