CAPÍTULO 5
Dios el Hijo
“Mas del Hijo 
dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de 
tu reino” (Hebreos 1.8).
La 
naturaleza y la obra del Hijo de Dios se observan claramente en la introducción 
al evangelio de Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y 
el Verbo era Dios (...) Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de 
lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de 
los hombres (...) Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y 
vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de 
verdad” (Juan 1.1–14). Esta escritura nos muestra que el Verbo, que era Dios, 
fue hecho carne, es decir, hombre. Así el Hijo de Dios es también Hijo del 
hombre.
Hijo de Dios e 
Hijo del Hombre
Cristo fue 
el Hijo del Hombre; nació de una virgen. También era Hijo de Dios; fue concebido 
por el Espíritu Santo. A los doce años ya él estaba en los “negocios de [su] 
Padre [Dios]” (Lucas 2.49) y a la vez estaba sujeto a José y María (Lucas 2.51). 
El Hijo de Dios llegó a ser el Hijo del Hombre “para que el mundo 
[fuera] salvo por él” (Juan 3.17).
1.                 
El Hijo del 
Hombre
La 
humanidad del Hijo es evidente:
·        Él era 
hijo de una madre humana (Mateo 1.18; 2.11)
·        Él 
creció como otros niños (Lucas 2.40)
·        Él 
tuvo un cuerpo humano y comió, bebió y durmió (Lucas 24.39)
·        Él fue 
reconocido como judío (Juan 4.9)
·        Él fue 
tentado exactamente como lo somos nosotros (Hebreos 4.15)
Jesús era 
un hombre perfecto en dos sentidos:
         
1.            Él tuvo un cuerpo completamente humano. “No [había] parecer en él, 
ni hermosura” (Isaías 53.2). Las personas que lo conocieron lo reconocieron como 
hombre.
         
2.            Él fue tentado como cualquier otro ser humano, sin embargo, 
permaneció “sin pecado”. Él fue el único ser humano que soportó esta prueba a la 
perfección.
2.                 
El Hijo de Dios
La deidad 
del Hijo es evidente:
·        Él era 
el Hijo del Dios viviente, siendo concebido por el Espíritu Santo (Mateo 
1.18)
·        Nació 
de una virgen (Isaías 7.14)
·        Tuvo 
un poder sobrenatural. Sanó muchas enfermedades incurables, calmó tormentas y 
hasta resucitó a los muertos.
·        La 
Biblia le otorga muchos nombres que sólo pertenecen a la 
Deidad.
En las 
escrituras muchas veces se reconoce a Cristo como el Hijo de Dios. Su divinidad 
es claramente reconocida por:
·        El 
ángel: “El Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo 
de Dios” (Lucas 1.35).
·        Juan el Bautista: “Éste es el Hijo de 
Dios” (Juan 1.34).
·        Natanael: “Tú eres el Hijo de Dios” (Juan 
1.49).
·        Los 
demonios: “¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de 
Dios?” (Mateo 8.29).
·        Los 
discípulos: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” 
(Mateo 14.33).
·        Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del 
Dios viviente” (Mateo 16.16).
·        El 
Padre: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo 
complacencia; a él oíd” (Mateo 17.5).
·        El 
centurión: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” 
(Mateo 27.54).
·        El 
eunuco etíope: “Creo que Jesucristo es el Hijo de 
Dios” (Hechos 8.37).
·        Pablo: “Predicaba a Cristo en las 
sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (Hechos 
9.20).
·        Cristo mismo: “El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de 
fuego (…) dice esto” (Apocalipsis 2.18).
¿Por qué 
vino el Hijo de Dios a este mundo?
Cristo vino al 
mundo
1.                 
Como nuestro Salvador
Cristo 
“vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” y a salvar “a su pueblo de 
sus pecados” (Mateo 1.2l). Vino “para redimirnos de toda iniquidad” (Tito 2.14). 
Por eso lo conocemos como “el Salvador de todos los hombres, mayormente de los 
que creen” (1 Timoteo 4.10). Puesto que él dio “su vida en rescate por muchos” 
(Mateo 20.28), con gozo lo reconocemos como “nuestro Señor y Salvador 
Jesucristo” (2 Pedro 3.18).
2.                 
Como nuestro ejemplo
Cristo hizo 
más que salvarnos. Él nos mostró cómo vivir y también nos mostró cómo morir. Una 
vez él les dijo a sus discípulos: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he 
hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13.15). Pedro nos dice que Cristo nos dejó 
el ejemplo para que “[sigamos] sus pisadas” (1 Pedro 2.21). Cristo fue “tentado 
en todo según nuestra semejanza”, pero se mantuvo sin pecado, dándonos un 
ejemplo práctico de cómo vencer al tentador (Mateo 4.1–11). Él nos dio el 
ejemplo perfecto para vivir una vida sin mancha, una vida haciendo el bien a los 
demás, una vida de oración, de abnegación, humillándose y compadeciéndose de los 
demás mientras él mismo sufría teniendo una comunión diaria con el Padre y 
obedeciendo perfectamente la voluntad de su Padre. Cristo se mostró como nuestro 
ejemplo perfecto en éstas y en muchas otras cosas. Aun los pastores, que por 
supuesto deben ser ejemplos al rebaño, no deben olvidarse de decir como Pablo: 
“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 
11.1).
3.                 
Como nuestro profeta del Nuevo 
Testamento
Moisés 
profetizó que “profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros 
hermanos, como a mí” (Hechos 7.37). Moisés jugó un papel semejante al de Cristo. 
Moisés era líder y salvador de su pueblo; Dios lo escogió para dar la ley y ser 
mediador entre Dios y el pueblo. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de 
muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros 
días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1.1–2). Cuando a Juan, el precursor de 
Cristo, le preguntaron: “¿Eres tú el profeta?” (Juan 1.21), él respondió 
inmediatamente: “No”. La madre de Cristo dijo: “Haced todo lo que os dijere” 
(Juan 2.5). El Padre dijo desde los cielos: “Este es mi Hijo amado, en quien 
tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17.5). El escritor inspirado dijo: “Mirad 
que no desechéis al que habla” (Hebreos 12.25). El mensaje de este profeta del 
Nuevo Testamento no es meramente un mensaje de autoridad, sino que también es un 
mensaje “lleno de gracia y de verdad”.
4.                 
Como nuestro Señor
Cristo 
declaró su señorío con estas palabras: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y 
decís bien, porque lo soy” (Juan 13.13). Después de predicar el Sermón del 
Monte, la gente “se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien 
tiene autoridad” (Mateo 7.28–29). Su declaración, “Toda potestad me es dada en 
el cielo y en la tierra” (Mateo 28.8), muestra que recibió su autoridad de Dios 
Padre. El señorío de Cristo se manifiesta en que selló el pacto de la salvación 
eterna con su propia sangre, estableció la iglesia y es la cabeza de ella, tiene 
las llaves de la muerte y del Hades, ascendió majestuosamente a la gloria y 
mandó al Espíritu Santo.
5.                 
Como nuestro Mediador
Después de 
su resurrección Jesús ascendió a la gloria, a la diestra de Dios. Cuando mataban 
a Esteban, él vio a Cristo allí a la diestra de Dios (Hechos 7.56). Cristo 
conoce nuestras pruebas y debilidades e intercede por nosotros (Hebreos 7.25). 
Él es nuestro representante y abogado delante del trono de Dios. Tenemos la 
consolación que “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a 
Jesucristo el justo” (1 Juan 2.l).
6.                 
Como nuestro Rey
El hecho de 
que el Mesías iba a ser rey fue escrito tan claramente en las profecías del 
Antiguo Testamento que cuando Cristo vino a la tierra los magos vinieron del 
oriente, diciendo: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” 
(Mateo 2.2). Cuando Pilato le preguntó a Cristo, “¿Eres tú el Rey de los 
judíos?”, Cristo le respondió: “Tú lo dices” (Mateo 27.11). Su respuesta 
equivale a decir: “Sí, lo soy”. De esta manera él afirmó su majestad que fue 
predicha por el profeta: “Y Jehová será rey sobre toda la tierra” (Zacarías 
14.9). Cristo se refirió muchas veces a su reino.
7.                 
Como nuestro novio
Jesús vino 
a la tierra a preparar una novia digna para sí mismo. Él volvió al cielo y está 
allí preparando moradas en las cuales habitará eternamente con su esposa, la 
iglesia. Mientras tanto, su iglesia está preparándose para ir con él cuando 
venga. Los que no estén preparados enfrentarán su juicio (lea 2 Tesalonicenses 
1.7–9). ¡Que viva el Rey eterno, nuestro Salvador y Señor, nuestro Rescate y 
Redentor, nuestro Hermano mayor, por cuyo sacrificio, sufrimiento e intercesión 
tenemos el privilegio, sin precio, de reinar con él “por los siglos de los 
siglos”! (Apocalipsis 22.5).
Los atributos y 
las obras del Hijo
Los 
atributos del Hijo son los mismos que los atributos de Dios Padre que 
mencionamos en el capítulo 1. El hecho de que el Hijo existió antes de nacer de 
María se confirma en Juan 1.1. Y él mismo declaró: “Antes que Abraham fuese, yo 
soy” (Juan 8.58). Él es omnipotente (Mateo 28.18; Hebreos 2.8); sabe todas las 
cosas (Juan 16.30; Colosenses 2.3); está presente en todas partes (Salmo 
139.7–12) y es inmutable (Hebreos 13.8). En realidad, “en él habita 
corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2.9). Estas 
características del Hijo nos ayudan a entender sus obras.
1.                 
Él tuvo parte en la 
creación
“Todas las cosas 
por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 
1.3).
2.                 
Él trae vida y luz al 
mundo
“Porque como el 
Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere 
da vida” (Juan 5.21). “En Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” 
(1 Corintios 4.15).
Cristo, la 
“luz (...) del mundo” (Juan 9.5), concede esta característica a sus discípulos, 
diciendo: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5.14). (Lea Juan 
1.1–9.)
3.                 
Él es el Autor de nuestra 
salvación eterna
“Y habiendo sido 
perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le 
obedecen” (Hebreos 5.9).
4.                 
Él edifica a la 
iglesia
“Sobre esta roca 
edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” 
(Mateo 16.18).
De esta 
forma, él es la cabeza (Colosenses 1.18); la puerta (Juan 10.9); la principal 
piedra del ángulo (Efesios 2.20); el fundamento (1 Corintios 3.11) y el buen 
pastor (Juan 10.11). Él hace que la iglesia crezca y sea segura, constante y 
digna de la recompensa de Dios el Padre.
5.                 
Él sustenta todas las 
cosas
“El cual, siendo 
el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta 
todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación 
de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad 
en las alturas” (Hebreos 1.3).
El universo 
no puede sostenerse por sí mismo. El poder de Cristo sujeta todas las 
cosas.
6.                 
Él perdona los 
pecados
“Y a ella le 
dijo: Tus pecados te son perdonados” (Lucas 7.48).
En el gran 
corazón perdonador de Cristo hay poder y un deseo constante de perdonar los 
pecados. De su corazón sale un llamado que nos suplica que sigamos sus pasos en 
cuanto a perdonar.
7.                 
Él santifica al 
creyente
“Porque si la 
sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra 
rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto 
más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí 
mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que 
sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9.13–14). “En esa voluntad somos santificados 
mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. (...) 
Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” 
(Hebreos 10.10, 14).
8.                 
Él nos reconcilia con 
Dios
“Quien llevó él 
mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando 
muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis 
sanados” (1 Pedro 2.24). “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios 
por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la 
reconciliación” (Romanos 5.11).
9.                 
Él es nuestro abogado ante el 
trono de Dios
“Y si alguno 
hubiera pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 
Juan 2.1).
(Lea 
también Hebreos 7.25.)
10.            
Él juzgará al mundo en 
justicia
“Por cuanto ha 
establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a 
quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 
17.31). “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal 
de Cristo” (2 Corintios 5.10). “Cuando se manifieste el Señor Jesús desde el 
cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los 
que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” 
(2 Tesalonicenses 1.7–8).
11.            
Él vendrá a llevar a su 
pueblo para que esté con él para siempre
Porque si 
creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que 
durmieron en él (...) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de 
arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo 
resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, 
seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en 
el aire, y así estaremos siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 
4.14–17).
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