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miércoles, 10 de abril de 2013

Dios el Hijo



Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com/doct5 (PUNTO)htm
 
CAPÍTULO 5

Dios el Hijo

“Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino” (Hebreos 1.8).

La naturaleza y la obra del Hijo de Dios se observan claramente en la introducción al evangelio de Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios (...) Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (...) Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1.1–14). Esta escritura nos muestra que el Verbo, que era Dios, fue hecho carne, es decir, hombre. Así el Hijo de Dios es también Hijo del hombre.

Hijo de Dios e Hijo del Hombre

Cristo fue el Hijo del Hombre; nació de una virgen. También era Hijo de Dios; fue concebido por el Espíritu Santo. A los doce años ya él estaba en los “negocios de [su] Padre [Dios]” (Lucas 2.49) y a la vez estaba sujeto a José y María (Lucas 2.51). El Hijo de Dios llegó a ser el Hijo del Hombre “para que el mundo [fuera] salvo por él” (Juan 3.17).

1. El Hijo del Hombre

La humanidad del Hijo es evidente:

· Él era hijo de una madre humana (Mateo 1.18; 2.11)

· Él creció como otros niños (Lucas 2.40)

· Él tuvo un cuerpo humano y comió, bebió y durmió (Lucas 24.39)

· Él fue reconocido como judío (Juan 4.9)

· Él fue tentado exactamente como lo somos nosotros (Hebreos 4.15)

Jesús era un hombre perfecto en dos sentidos:

1. Él tuvo un cuerpo completamente humano. “No [había] parecer en él, ni hermosura” (Isaías 53.2). Las personas que lo conocieron lo reconocieron como hombre.

2. Él fue tentado como cualquier otro ser humano, sin embargo, permaneció “sin pecado”. Él fue el único ser humano que soportó esta prueba a la perfección.

2. El Hijo de Dios

La deidad del Hijo es evidente:

· Él era el Hijo del Dios viviente, siendo concebido por el Espíritu Santo (Mateo 1.18)

· Nació de una virgen (Isaías 7.14)

· Tuvo un poder sobrenatural. Sanó muchas enfermedades incurables, calmó tormentas y hasta resucitó a los muertos.

· La Biblia le otorga muchos nombres que sólo pertenecen a la Deidad.

En las escrituras muchas veces se reconoce a Cristo como el Hijo de Dios. Su divinidad es claramente reconocida por:

· El ángel: “El Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1.35).

· Juan el Bautista: “Éste es el Hijo de Dios” (Juan 1.34).

· Natanael: “Tú eres el Hijo de Dios” (Juan 1.49).

· Los demonios: “¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios?” (Mateo 8.29).

· Los discípulos: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mateo 14.33).

· Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16.16).

· El Padre: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17.5).

· El centurión: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mateo 27.54).

· El eunuco etíope: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (Hechos 8.37).

· Pablo: “Predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” (Hechos 9.20).

· Cristo mismo:El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego (…) dice esto” (Apocalipsis 2.18).

¿Por qué vino el Hijo de Dios a este mundo?

Cristo vino al mundo

1. Como nuestro Salvador

Cristo “vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” y a salvar “a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1.2l). Vino “para redimirnos de toda iniquidad” (Tito 2.14). Por eso lo conocemos como “el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen” (1 Timoteo 4.10). Puesto que él dio “su vida en rescate por muchos” (Mateo 20.28), con gozo lo reconocemos como “nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3.18).

2. Como nuestro ejemplo

Cristo hizo más que salvarnos. Él nos mostró cómo vivir y también nos mostró cómo morir. Una vez él les dijo a sus discípulos: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13.15). Pedro nos dice que Cristo nos dejó el ejemplo para que “[sigamos] sus pisadas” (1 Pedro 2.21). Cristo fue “tentado en todo según nuestra semejanza”, pero se mantuvo sin pecado, dándonos un ejemplo práctico de cómo vencer al tentador (Mateo 4.1–11). Él nos dio el ejemplo perfecto para vivir una vida sin mancha, una vida haciendo el bien a los demás, una vida de oración, de abnegación, humillándose y compadeciéndose de los demás mientras él mismo sufría teniendo una comunión diaria con el Padre y obedeciendo perfectamente la voluntad de su Padre. Cristo se mostró como nuestro ejemplo perfecto en éstas y en muchas otras cosas. Aun los pastores, que por supuesto deben ser ejemplos al rebaño, no deben olvidarse de decir como Pablo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11.1).

3. Como nuestro profeta del Nuevo Testamento

Moisés profetizó que “profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí” (Hechos 7.37). Moisés jugó un papel semejante al de Cristo. Moisés era líder y salvador de su pueblo; Dios lo escogió para dar la ley y ser mediador entre Dios y el pueblo. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1.1–2). Cuando a Juan, el precursor de Cristo, le preguntaron: “¿Eres tú el profeta?” (Juan 1.21), él respondió inmediatamente: “No”. La madre de Cristo dijo: “Haced todo lo que os dijere” (Juan 2.5). El Padre dijo desde los cielos: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17.5). El escritor inspirado dijo: “Mirad que no desechéis al que habla” (Hebreos 12.25). El mensaje de este profeta del Nuevo Testamento no es meramente un mensaje de autoridad, sino que también es un mensaje “lleno de gracia y de verdad”.

4. Como nuestro Señor

Cristo declaró su señorío con estas palabras: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy” (Juan 13.13). Después de predicar el Sermón del Monte, la gente “se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad” (Mateo 7.28–29). Su declaración, “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28.8), muestra que recibió su autoridad de Dios Padre. El señorío de Cristo se manifiesta en que selló el pacto de la salvación eterna con su propia sangre, estableció la iglesia y es la cabeza de ella, tiene las llaves de la muerte y del Hades, ascendió majestuosamente a la gloria y mandó al Espíritu Santo.

5. Como nuestro Mediador

Después de su resurrección Jesús ascendió a la gloria, a la diestra de Dios. Cuando mataban a Esteban, él vio a Cristo allí a la diestra de Dios (Hechos 7.56). Cristo conoce nuestras pruebas y debilidades e intercede por nosotros (Hebreos 7.25). Él es nuestro representante y abogado delante del trono de Dios. Tenemos la consolación que “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2.l).

6. Como nuestro Rey

El hecho de que el Mesías iba a ser rey fue escrito tan claramente en las profecías del Antiguo Testamento que cuando Cristo vino a la tierra los magos vinieron del oriente, diciendo: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” (Mateo 2.2). Cuando Pilato le preguntó a Cristo, “¿Eres tú el Rey de los judíos?”, Cristo le respondió: “Tú lo dices” (Mateo 27.11). Su respuesta equivale a decir: “Sí, lo soy”. De esta manera él afirmó su majestad que fue predicha por el profeta: “Y Jehová será rey sobre toda la tierra” (Zacarías 14.9). Cristo se refirió muchas veces a su reino.

7. Como nuestro novio

Jesús vino a la tierra a preparar una novia digna para sí mismo. Él volvió al cielo y está allí preparando moradas en las cuales habitará eternamente con su esposa, la iglesia. Mientras tanto, su iglesia está preparándose para ir con él cuando venga. Los que no estén preparados enfrentarán su juicio (lea 2 Tesalonicenses 1.7–9). ¡Que viva el Rey eterno, nuestro Salvador y Señor, nuestro Rescate y Redentor, nuestro Hermano mayor, por cuyo sacrificio, sufrimiento e intercesión tenemos el privilegio, sin precio, de reinar con él “por los siglos de los siglos”! (Apocalipsis 22.5).

Los atributos y las obras del Hijo

Los atributos del Hijo son los mismos que los atributos de Dios Padre que mencionamos en el capítulo 1. El hecho de que el Hijo existió antes de nacer de María se confirma en Juan 1.1. Y él mismo declaró: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8.58). Él es omnipotente (Mateo 28.18; Hebreos 2.8); sabe todas las cosas (Juan 16.30; Colosenses 2.3); está presente en todas partes (Salmo 139.7–12) y es inmutable (Hebreos 13.8). En realidad, “en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2.9). Estas características del Hijo nos ayudan a entender sus obras.

1. Él tuvo parte en la creación

“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1.3).

2. Él trae vida y luz al mundo

“Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida” (Juan 5.21). “En Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Corintios 4.15).

Cristo, la “luz (...) del mundo” (Juan 9.5), concede esta característica a sus discípulos, diciendo: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5.14). (Lea Juan 1.1–9.)

3. Él es el Autor de nuestra salvación eterna

“Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5.9).

4. Él edifica a la iglesia

“Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16.18).

De esta forma, él es la cabeza (Colosenses 1.18); la puerta (Juan 10.9); la principal piedra del ángulo (Efesios 2.20); el fundamento (1 Corintios 3.11) y el buen pastor (Juan 10.11). Él hace que la iglesia crezca y sea segura, constante y digna de la recompensa de Dios el Padre.

5. Él sustenta todas las cosas

“El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1.3).

El universo no puede sostenerse por sí mismo. El poder de Cristo sujeta todas las cosas.

6. Él perdona los pecados

“Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados” (Lucas 7.48).

En el gran corazón perdonador de Cristo hay poder y un deseo constante de perdonar los pecados. De su corazón sale un llamado que nos suplica que sigamos sus pasos en cuanto a perdonar.

7. Él santifica al creyente

“Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9.13–14). “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. (...) Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.10, 14).

8. Él nos reconcilia con Dios

“Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2.24). “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5.11).

9. Él es nuestro abogado ante el trono de Dios

“Y si alguno hubiera pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2.1).

(Lea también Hebreos 7.25.)

10. Él juzgará al mundo en justicia

“Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17.31). “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo” (2 Corintios 5.10). “Cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1.7–8).

11. Él vendrá a llevar a su pueblo para que esté con él para siempre

Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él (...) Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4.14–17).
 
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