Las provisiones de Dios para el
hombre
Los
siguientes capítulos en este libro tratan ocho de las provisiones abundantes de
Dios para la seguridad, la felicidad y el bienestar del alma
humana.
Después de
la caída vergonzosa del hombre en el Huerto de Edén, Dios, por su gracia,
restauró al hombre al favor divino, haciendo provisiones para nuestra redención
al darnos a su Hijo unigénito.
Dios nos ha
revelado la verdad acerca del pasado, del presente y del futuro, los cuales
nunca hubiéramos entendido por nosotros mismos.
Dios
instituyó el hogar. Es en el hogar donde los hijos, durante el período de sus
vidas en que forman sus hábitos, pueden ser amparados, instruidos para servir y
enseñados para hacerle frente a los problemas de la vida.
El Señor ha
establecido la iglesia donde el pueblo de Dios puede gozarse de la comunión el
uno con el otro. Como pueblo de Dios podemos fortalecernos en la fe, servirnos
los unos a los otros y unir nuestros esfuerzos a fin de ganar a los perdidos
para Dios.
Dios ha
establecido el gobierno civil para mantener el orden civil de la sociedad,
mientras que los hijos de Dios, como extranjeros y peregrinos, se dirigen hacia
una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios.
Dios ha
apartado un día, conocido en nuestros tiempos como “el día del Señor”, en el
cual podemos descansar de los trabajos y cuidados terrenales, y entregarnos a la
adoración de Dios y al fortalecimiento del hombre interior.
Además de
todas estas bendiciones Dios nos provee el ministerio de los ángeles. Ellos son
los mensajeros espirituales de Dios a los “herederos de la salvación”. Los
ángeles tienen una relación estrecha con el hombre en esta vida y por la
eternidad.
“Alaben la
misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres”
(Salmo 107.8).
CAPÍTULO 12
La gracia
“Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos
salvos de la ira” (Romanos 5.8–9).
La historia
del género humano, apartado de Dios, puede resumirse en una sola palabra:
fracaso. Pero la maravillosa gracia de Dios opera en el alma del hombre
arrepentido para que pueda ser reconciliado con Dios por la eternidad. Veamos la
historia de los fracasos del hombre junto con el trato misericordioso de Dios
con él.
En el
Edén
“He aquí,
solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron
muchas perversiones” (Eclesiastés 7.29).
1.
El fracaso original del
hombre
El hombre
estaba en el paraíso hermoso de Dios y brillaba a la imagen de su Creador.
Estaba libre del dominio del pecado y de la muerte. Poseía la tierra y estaba
alegre en un mundo sin pecado, gozando de la comunión diaria con
Dios.
Pero el
hombre pecó. Perdió su inocencia y trató de esconderse de la presencia de Dios.
Por desobediencia, el hombre perdió su posición en la familia de Dios y se hizo
hijo del diablo.
2.
La gracia de
Dios
Pero Dios
fue misericordioso. Él le comunicó al hombre el significado de su caída
vergonzosa juntamente con la promesa bondadosa de un Redentor. Por supuesto, el
Edén fue arruinado; pero Dios ya tenía preparado otro paraíso glorioso, “el
reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25.34). Este
paraíso glorioso es la morada eterna del hombre con Cristo. La abundancia de la
gracia de Dios se manifiesta al restaurar al hombre caído al favor y a la
santidad de Dios.
Dios le
concedió al hombre la oportunidad de comenzar de nuevo por medio de su
gracia.
La familia de
Adán
1.
El fracaso del
hombre
A Adán y a
Eva les nació un hijo. El corazón de aquella madre palpitó con gran gozo
mientras ella exclamó: “Por voluntad de Jehová he adquirido varón” (Génesis 4.
l). Pero este varón llegó a ser un asesino. Caín mató a Abel porque su corazón
estaba lleno de envidia y enojo debido a que el sacrificio de Abel fue aceptado
mientras que el suyo fue rechazado. Aunque Caín fue expulsado de delante de los
hombres esta advertencia no les sirvió a ellos por mucho tiempo. Con el
transcurso del tiempo la maldad de los hombres aumentó tanto que la justicia de
Dios no se hizo esperar. El juicio de Dios cayó sobre el género humano en la
forma de un diluvio mundial.
2.
La gracia de
Dios
Pero Dios
fue misericordioso. Viendo que Noé era justo, Dios preservó al género humano por
medio de él. También preservó una simiente del ganado, las bestias, las aves y
de todo reptil. Todos fueron protegidos en el arca durante el gran diluvio que
Dios mandó para raer el pecado de la faz de la tierra (Génesis
7).
Fue por
medio de Noé que se le concedió al hombre la oportunidad de empezar de
nuevo.
La familia de
Noé
1.
El fracaso del
hombre
Sin
embargo, una vez más el hombre demostró cuán vil era. Al poco tiempo después del
diluvio los hombres nuevamente llegaron a ser muy pecaminosos. En su orgullo
intentaron edificar una torre que llegara hasta el cielo.
2.
La gracia de
Dios
Pero Dios
fue misericordioso. El juicio de Dios cayó sobre ellos mientras edificaban la
torre de Babel y la gente fue dispersada por toda la tierra. Aunque esto frustró
los esfuerzos de los hombres, no obstante la corriente de maldad se detuvo sólo
brevemente. Luego Dios llamó a Abram de entre sus parientes y sus amigos
(Génesis 12) para llegar a ser “padre de muchedumbre de gentes” (Génesis 17.4).
Abram obtuvo esta promesa: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te
maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”
(Génesis 12.3). Abraham obedeció.
Fue por
medio de Abraham que se le concedió al hombre la oportunidad de empezar de
nuevo.
La familia de
Abraham
1.
El fracaso del
hombre
Pero
Abraham, aunque era justo y favorecido por Dios, era humano. Al seguir el curso
de sus descendientes por Palestina, Egipto, el desierto y otra vez en Palestina
vemos que llegaron a ser una nación poderosa. Pero Israel se olvidó de Dios. El
pecado arruinó la nación hasta que por fin Dios la entregó en manos de sus
enemigos.
2.
La gracia de
Dios
Pero Dios
fue misericordioso. A él no se le había olvidado la promesa que en la simiente
de Abraham serían benditas todas las naciones de la tierra. A su tiempo la
simiente de Abraham, el Redentor viviente que primeramente había sido prometido
a Eva y que después fue descrito por los profetas, vino a este mundo pecaminoso
“a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19.10). “Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3.16). (Lea también
Romanos 5.15.)
Por medio
de Jesucristo, “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1.29),
se le concedió al hombre la oportunidad de empezar de nuevo.
La familia de
Dios, el fruto de la gracia
El hombre
apartado de Dios siempre fracasa. La condición tan desafortunada del género
humano se explica en el hecho de que muchos no creen en Dios. Aun entre los que
dicen que creen en Dios hay muchos que están tratando de alcanzar el cielo por
medio de “la torre de Babel” (esfuerzos humanos) en lugar de hacerlo por medio
del camino del Señor Jesucristo (la gracia de Dios).
Sin
embargo, aunque todo el esfuerzo humano es vanidad, la obra de Dios en los
corazones de los hombres es gloriosa. Desde los días de Adán la familia de Dios
ha crecido, no pasando ni una generación sin que nuevos miembros fueran añadidos
a su familia.
El pueblo
de Dios comenzó a “invocar el nombre de Jehová” antes del diluvio (Génesis
4.26). La Biblia dice que “caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le
llevó Dios” (Génesis 5.24). El escritor del libro de Hebreos menciona en el
capítulo 11 una lista de hombres fieles que formaron parte de esa “tan grande
nube de testigos” (Hebreos 12.1) que se acogieron a la gracia de Dios. Pedro,
refiriéndose al pueblo de Dios en la época presente, dice: “Mas vosotros sois
linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para
que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz
admirable” (1 Pedro 2.9). Sí, la familia de Dios está creciendo. Al fin del
tiempo presente se verá que hay una multitud innumerable en el cielo con Dios,
pues la Biblia dice:
“Después de esto
miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones
y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia
del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a
gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el
trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono, y
de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus
rostros delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. La bendición y la
gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la
fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén. Entonces uno
de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas,
¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me
dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus
ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis
7.9–14).
Concluimos
citando Tito 2.11–14:
“Porque la
gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres,
enseñándonos que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en
este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada
y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se
dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para
sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.”
CAPÍTULO 13
La revelación
“Pero Dios nos
las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun
lo profundo de Dios” (1 Corintios 2.10).
Un
agnóstico, estando parado al lado de la sepultura de su hermano, pronunciaba una
oración fúnebre. Entonces alguien le hizo la pregunta: “Si el hombre muriere,
¿volverá a vivir?” El hombre respondió: “La esperanza dice: ‘Sí’; la razón dice:
‘Tal vez’”. No podía decir más, pues la mente más inteligente tiene sus
limitaciones. Al rechazar la revelación de Dios su conocimiento se limitaba a
causa de su mente finita.
Pero
cualquier cristiano puede decir con certeza: “Yo sé que mi Redentor vive, y al
fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne
he de ver a Dios” (Job 19.25–26). “Porque se tocará la trompeta, y los muertos
serán resucitados incorruptibles” (1 Corintios 15.52). “Y así estaremos siempre
con el Señor” (1 Tesalonicenses 4.17).
¿Por qué
esta diferencia? La respuesta se halla en una palabra: “revelación”. “El
hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios” (1 Corintios
2.14). Por tanto, no puede resolver los misterios del pasado, ni penetrar los
dominios más allá de la tumba. En esto, el filósofo incrédulo y el pagano de la
selva son iguales. Hay misterios que, sin la ayuda de la revelación de Dios, no
pueden ser resueltos por la mente humana. El origen de la materia, el origen de
la vida, el origen del hombre, el destino eterno del hombre, y muchas otras
cuestiones han desafiado y frustrado las investigaciones del hombre incrédulo
por miles de años. Estas cuestiones siempre serán misterios para los que
rechazan las escrituras. Los mismos están más allá de nuestra capacidad humana.
La única manera de entender tales cosas es por medio de aceptar la información
de Aquel que todo lo sabe.
El hijo de
Dios aprovecha la oportunidad de aprender lo que el incrédulo rechaza. Él mira
el pasado y aprende que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”
(Génesis 1.1). Mirando al futuro, él se asegura que “no todos dormiremos; pero
todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la
final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados”
(1 Corintios 15.51–52). “Como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó,
ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que
le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (1 Corintios
2.9–10). El creyente acepta estas revelaciones y así llega a entender cosas aun
más profundas. Pero el incrédulo rechaza la revelación de Dios y de esa manera
continúa vagando en oscuridad.
Las revelaciones,
verdaderas y falsas
Si una
revelación viene de Dios, de nuestro prójimo, de un libro, de la naturaleza o de
cualquier otra fuente el revelador tiene que tener el conocimiento verdadero de
las cosas reveladas, de lo contrario, tal revelación es falsa. Una revelación no
puede ser auténtica a menos que el revelador sepa lo que está
revelando.
¿Quién
conoce a fondo todo lo que tiene que ver con la eternidad, sino Dios? Dios ha
escogido su palabra, la Biblia, como el medio para revelar al hombre esas
verdades eternas. Tales expresiones como: “Así dice Jehová”; “Dice Dios”;
“Jehová dijo”; “Dios dijo”, se encuentran muchas veces en la Biblia, demostrando
que este libro afirma que es la palabra de Dios. Muchos preguntan: “¿Qué parte
de la Biblia es digna de confianza como mensajera de las revelaciones de Dios?”
Respondemos sin vacilación: “Toda”. Todas las revelaciones que vienen de Dios
son verdaderas.
En el
tiempo del Antiguo Testamento “Dios, [habló] muchas veces y de muchas maneras
(...) a los padres por los profetas”, pero ahora “nos ha hablado por el Hijo”
(Hebreos 1.1–2). En otras palabras, en las dos épocas Dios ha tenido sus
portavoces autorizados por quienes revelaba su palabra y su voluntad a los
hombres. Refiriéndose a las escrituras del Antiguo Testamento, Pablo escribió
esto: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3.16). Además, con
relación a los profetas del Antiguo Testamento, Pedro escribió: “Hablaron siendo
inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1.21).
Acerca de
las escrituras del Nuevo Testamento algunos han promovido la idea necia y dañina
que la parte más valiosa son los evangelios mientras que el resto es simplemente
los escritos de los apóstoles. No obstante, todo lo que sabemos de Cristo y de
su palabra fue revelado por la predicación y los escritos de los apóstoles y sus
colaboradores. Ellos escribieron la parte biográfica del Nuevo Testamento (los
cuatro evangelios y los hechos de los apóstoles), la parte epistolar (las cartas
apostólicas desde Romanos hasta Judas y la parte apocalíptica (el libro de
Apocalipsis). El apóstol Juan escribió uno de los evangelios, tres de las
epístolas y el libro de Apocalipsis. Respecto a este último libro, Juan declara
francamente que es “la revelación de Jesucristo” (Apocalipsis
1.1).
Los
apóstoles fueron comisionados a proclamar el evangelio eterno de Cristo en toda
su plenitud a un mundo perecedero (Mateo 28.18–20; Marcos 16.15; Lucas 24.46–47;
Hechos 1.8; 9.15). Este evangelio del Señor Jesucristo era lo que ellos
proclamaban oralmente o por escrito dondequiera que iban. (Lea Romanos 1.16;
2.16; 1 Corintios 14.37; 2 Corintios 4.5; Gálatas 1.8–9; 2 Tesalonicenses 2.15;
1 Timoteo 1.11; Apocalipsis 14.6.) De manera que todo el Nuevo Testamento es la
palabra de Cristo.
Cómo Dios se
revela al hombre
1.
Por medio de Jesucristo
Lea Hebreos
1.1–4.
2.
Por medio de la palabra
escrita
¿Habrá algo
que quisiéramos saber acerca de la creación, acerca del destino del hombre u
otra cosa fuera del alcance del entendimiento humano? Las respuestas a estas
interrogantes las podemos encontrar en la Biblia. En este libro divino el lector
puede saber con relación al pasado, al presente y al futuro. Por supuesto, Dios
en su sabiduría infinita no nos ha revelado todos sus planes, pero nos ha
revelado lo suficiente para que creamos en él (lea Deuteronomio 29.29). La
Biblia es la única fuente de información a la cual el lector puede acudir y
aprender muchas cosas que habrían permanecido ocultas por las edades, a no ser
por las revelaciones en este libro de Dios.
3.
Por medio de la
naturaleza
El
salmista, hablando por inspiración de divina, podía escudriñar los cielos
estrellados y decir: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento
anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19. l).
Una
generación de científicos basando sus conclusiones sobre sus opiniones y
observaciones limitadas decide que algunas partes de la Biblia no son ciertas.
Otra generación de científicos que ha hecho más observaciones y estudios
descubren que la Biblia no está equivocada, sino sus críticos. Y así continuará
hasta que el hombre vea a Dios “cara a cara” (Génesis 32.30; 1 Corintios 13.12).
Allí el hombre se dará cuenta que todas las palabras y las obras de Dios
concuerdan perfectamente.
4.
Por medio del Espíritu
Santo
Acerca de
los misterios que el hombre natural no puede percibir, Pablo dice: “Dios nos las
reveló a nosotros por el Espíritu” (1 Corintios 2.10). Cuando el Espíritu de
Dios entra en el alma del hombre la Biblia se convierte en un mensaje nuevo. “El
hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él
son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”
(1 Corintios 2.14). El Espíritu Santo le da al hijo de Dios un discernimiento de
la Biblia lo cual el hombre incrédulo más inteligente nunca puede alcanzar. (Lea
Juan 14–16 para ver lo que dice Cristo acerca de la obra del Espíritu
Santo.)
5.
Por medio del ministerio de los
ángeles
Fue por
medio de los ángeles que Abraham supo acerca de la venida del hijo de la promesa
(Génesis 18.1–15). De la misma manera se le comunicó al patriarca acerca de la
destrucción inminente de Sodoma (Génesis 18.16–22). Lot fue advertido del juicio
de aquella ciudad por medio de los ángeles (Génesis 19.12–13).
Veamos a
continuación otros ejemplos de la obra de estos espíritus ministradores. A
Balaam se le recordó que había recibido aviso acerca de su desobediencia a Dios
(Números 22.26–35). A Zacarías le informaron de la venida de Juan el Bautista
(Lucas 1.11–25). A María y José les fue revelado acerca del nacimiento de Jesús
(Lucas 1.26–38; Mateo 1.18–2l). Los pastores de Belén recibieron las noticias
del nacimiento de Jesús (Lucas 2.10–14). A José y a María se les dio
instrucciones para que huyeran a Egipto (Mateo 2.13–15). A los discípulos se les
aseguró que Jesús volvería de nuevo (Hechos 1.11). Pedro y Cornelio se
conocieron el uno al otro, y la puerta del evangelio fue abierta a los gentiles
(Hechos 10). Dios reanimó a Pablo y le dio seguridad respecto de sí mismo y de
toda su compañía en el naufragio (Hechos 27.23–26).
6.
Por visiones y sueños
Fue por
medio de una visión que Abraham supo que los hebreos estarían 400 años en Egipto
(Génesis 15.12–16). También fue una visión en Betel lo que marcó un punto
importante en la vida de Jacob (Génesis 28). En esta visión Jacob vio una
escalera que llegaba hasta el cielo y a los ángeles que subían y descendían por
ella. Los sueños de José, por los cuales llegó a tener el apodo de “el soñador”
(Génesis 37.19), nada más y nada menos fueron las revelaciones de Dios para él.
Los sueños de Faraón, del jefe de los coperos y del jefe de los panaderos
demuestran que hubo otros, además del pueblo de Dios, a los cuales Dios se
manifestó por medio de visiones y sueños. Darío y Nabucodonosor también tuvieron
sueños de parte de Dios. Las visiones de los magos, de Pedro, de Cornelio, de
Pablo y de Juan son pruebas de que este método de Dios para revelarse al hombre
se extendió a los tiempos del Nuevo Testamento. Todavía en la actualidad existen
personas que han visto en sueños cosas que pasaron después. Aunque Dios sí se
revela por medio de sueños y visiones debemos recordar que no todo lo que
soñamos es revelación de Dios.
7.
Por medio de la
conciencia
Lea Romanos
2.14–16.
No existe
conflicto entre las revelaciones divinas
¿Se
contradicen entre sí las revelaciones de Dios? Nunca. Si existen supuestas
revelaciones que se contradicen queda claro que las mismas no provienen de Dios.
La Biblia nos amonesta “probad los espíritus si son de Dios” (1 Juan 4.1).
¿Acaso las revelaciones que recibimos están en armonía con Dios? Cuando nosotros
escuchamos supuestas “revelaciones” que se dicen ser de Dios debemos hacer como
los de Berea (Hechos 17.11). Escudriñemos las escrituras diligentemente para ver
si estas cosas son ciertas. No puede haber ninguna revelación de Dios que no
esté en armonía perfecta con la palabra de Dios, la Biblia.
Conclusión
¿Qué fue lo
que capacitó a los “niños” para recibir lo que “los sabios y (...) entendidos”
(Mateo 11.25) no comprendieron? La fe. ¿Qué es lo que capacita al campesino
analfabeto para comprender más de la bondad, el amor y el poder de Dios que
algunos de los hombres más educados no entienden? La fe. ¿Qué es lo que capacita
al hijo de Dios para escudriñar los misterios del pasado y del futuro, mientras
que los hombres mundanos que se han pasado la vida tratando de entender tales
misterios han aprendido muy poco? La fe. Es por medio de la fe que la persona
recibe los misterios de las edades. Donde no existe la fe, tales misterios no
pueden ser revelados.
El hijo de
Dios tiene muchos motivos para dar gracias a Dios por las muchas revelaciones
maravillosas que él ha recibido. Al mirar hacia atrás podemos ver la puerta del
pasado abrirse y por fe escuchamos las palabras: “En el principio (...) Dios”.
Si miramos hacia arriba podemos contemplar por fe que se derrama un torrente de
luz celestial sobre el tiempo actual. Cuando miramos hacia delante por fe vemos
que la puerta al futuro empieza a abrirse ante los ojos del hombre, mientras
oímos las palabras: “He aquí, os digo un misterio....” Así el cielo y la tierra
se llenan de la luz de Dios.
Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com/doct12and13 (PUNTO) htm
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