Capítulo 31
La adopción
“Porque todos 
los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no 
habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que 
habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” 
(Romanos 8.14–15).
Dios 
recibe en su familia sólo a las personas que han sido regeneradas. La 
regeneración y la adopción son dos temas muy parecidos. Pero la regeneración 
enfoca la vida espiritual, mientras que la adopción enfoca la relación 
espiritual.
La 
adopción es el acto amoroso de Dios de recibir en su familia espiritual a sus 
hijos en este mundo que cumplen con ciertas condiciones para pertenecer a la 
misma. De la manera que Moisés fue adoptado como hijo de la hija de Faraón 
(Éxodo 2.1–10) y Mefi-boset fue acogido por David (2 Samuel 9.1–10) así también 
Dios recibe en su familia, como hijos e hijas, a los que han llegado a ser 
herederos de la gloria al ser hechos nuevas criaturas en Cristo 
Jesús.
La adopción presupone:
1.                 
Que no todos pertenecen a la 
familia de Dios
Cristo 
les dijo a algunos fariseos que se le oponían: “Vosotros sois de vuestro padre 
el diablo” (Juan 8.44). En la parábola de la buena semilla y la cizaña, Cristo 
explica que “la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos 
del malo” (Mateo 13.38). Elimas persistió en trastornar “los caminos rectos del 
Señor” (Hechos 13.10). Por eso Pablo le dijo que era “hijo del 
diablo”.
Cuando el 
hombre pecó en el Huerto de Edén, él perdió su relación con la familia de Dios. 
La única manera de restaurar esa relación es por medio de la regeneración y la 
adopción. Las teorías de la hermandad universal del hombre y la paternidad de 
Dios han sido antibíblicas desde la caída del hombre.
2.                 
Que Dios está dispuesto a 
adoptar como suyos a los que no son miembros de su familia
Efesios 
1.4–5 dice: “...según nos escogió en él antes de la fundación del mundo (...) 
habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, 
según el puro afecto de su voluntad”. En esto se manifiesta el amor maravilloso 
de Dios en que él proveyó la adopción para los hijos pródigos de la tierra miles 
de años antes que muchos de ellos hubieran nacido.
3.                 
Que algunos desean ser 
adoptados
Dios 
nunca obliga a nadie a convertirse en su hijo. Nosotros tenemos la facultad de 
elegir. La adopción obligatoria no tiene lugar en la relación de Dios con los 
hombres. Aun la predestinación, por la cual algunos tropiezan, tiene su base en 
la presciencia de Dios (Romanos 8.29). Dios ha provisto para la adopción 
de todas las almas, pero él abre el hogar divino solamente a los que 
voluntariamente vienen a él. (Lea Isaías 55.1; Juan 1.12; 3.16; Apocalipsis 
22.17.)
Condiciones bíblicas para la adopción
1.                 
Fe
“Mas a 
todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de 
ser hechos hijos de Dios” (Juan 1.12). “Pues todos sois hijos de Dios por la fe 
en Cristo Jesús” (Gálatas 3.26).
2.                 
Regeneración
Juan dice 
que los que creen en el nombre de Cristo son nacidos de Dios (1 Juan 5.1). La 
declaración de Cristo que nadie podrá ir al cielo sin “nacer de nuevo” (Juan 
3.3, 5, 7) confirma que la regeneración es esencial para la 
adopción.
3.                 
La gracia de 
Dios
La 
adopción, como la justificación, es algo que no tiene como fundamento el mérito 
humano. No hay nada en nosotros que conmueve al Padre amado a recibirnos en su 
familia: ni inteligencia, ni buenas obras, ni bondad innata, ni nada atractivo. 
Únicamente su gracia admirable, su benevolencia infinita, sus misericordias 
tiernas y su bondad amorosa lo conmueven a desearnos como sus propios hijos. Tal 
y como ningún hijo de otro puede llegar a ser de una familia sin ser adoptado 
por la cabeza de la familia, así también ningún hijo del diablo puede entrar en 
la familia de Dios a menos que sea por la gracia perdonadora de Dios. Nuestra 
parte es aceptar sus condiciones. Él hace lo demás.
Las bendiciones de la adopción
Las 
bendiciones de la adopción son muchas. Primeramente, nos da todos los 
privilegios de quienes son hijos de Dios. El hijo pródigo pensó que sería como 
uno de los jornaleros de su padre, pero su padre amorosamente lo restauró a su 
posición anterior como un hijo. Así es la gracia de Dios. Perdona al pecador 
penitente y lo adopta en su amada familia. Esto quiere decir que somos hechos 
hijos por la invitación y la acción de Dios. Así somos coherederos con Cristo 
porque ahora tenemos en abundancia la herencia eternal de los santos en luz. He 
aquí algunas de las bendiciones de la adopción: la presencia y dirección del 
Espíritu Santo; la comunión de Dios y de los santos; el privilegio de brillar a 
la imagen de nuestro Padre celestial; la oportunidad de servir a Dios; el 
consuelo de saber que hemos hecho firme nuestra vocación y elección, y 
finalmente, la bendita esperanza de estar en la mera presencia de 
Cristo.
Evidencias de la adopción
1.                 
Seguir en pos del Espíritu 
Santo
“Porque 
todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” 
(Romanos 8.14). Según Romanos 8.1, ser guiados por el Espíritu Santo es lo 
opuesto de andar “conforme a la carne”. “El Espíritu es el que da vida” (Juan 
6.63). Los hijos de este mundo son dominados por la carne, mientras que los 
hijos de Dios son dominados por el Espíritu Santo. “El Espíritu mismo da 
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 
8.16).
2.                 
Obedecer
“Y en 
esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos” (1 Juan 
2.3). (Lea también 1 Juan 5.1–3.) Los que voluntariamente desobedecen a Dios 
confiesan por sus hechos que no conocen a Dios y, por tanto, no pueden ser sus 
hijos (1 Juan 2.4; Romanos 6.16–22).
3.                 
Ser como 
niños
Hay una 
semejanza notable entre los hijos de Dios y los niños en nuestros hogares (Mateo 
18.1–3). Ellos confían en sus padres, son sencillos, humildes, puros y incapaces 
de guardar rencor. Contemple el rostro de un pequeño, indefenso, confiado e 
inocente niño y entonces verá la imagen del verdadero hijo de Dios. “Por cuanto 
sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual 
clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4.6).
4.                 
Amar a los 
hermanos
“Todo 
aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él” (1 
Juan 5.1). Una de las evidencias más claras de que somos hijos de Dios es cuando 
nuestros corazones se conmueven con ternura y amor por la familia espiritual de 
Dios. Nosotros le mostramos a Dios nuestro amor al amarnos los unos a los otros 
cuando seguimos unidos en la fe en Jesucristo.
5.                 
Ser 
pacificadores
“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados 
hijos de Dios” (Mateo 5.9). (Lea Romanos 12.17–21; Santiago 
3.17–18.)
6.                 
Imitar a 
Dios
“Sed, 
pues, imitadores de Dios como hijos amados” (Efesios 5.1). Tal y como los hijos 
se parecen a sus padres, asimismo los hijos de Dios se parecen a 
él.
7.                 
Amar a los 
enemigos
(Lea 
Mateo 5.43–48.) Cristo dijo que debemos amar a nuestros enemigos “para que seáis 
hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5.45).
Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com/doct31 (PUNTO) htm
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