CAPÍTULO 8
Un diseño histórico del hombre
“El Dios que 
hizo el mundo y todas las cosas que en él hay (...) de una sangre ha hecho todo 
el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les 
ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hechos 
17.24, 26).
Muchos 
hombres tratan de explicar la historia del hombre en la tierra, partiendo de una 
célula que se transformó a través de los años hasta llegar a ser el hombre que 
conocemos hoy. Pero Dios nos ha dado una información más directa y confiable en 
las sagradas escrituras. El Creador mismo le reveló a Moisés, el dador de la 
ley, que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Él le reveló a 
Moisés cuál era la historia del hombre desde el tiempo de la creación de Adán 
hasta el tiempo en que vivía. Moisés escribió estas cosas en un libro, el cual 
conocemos hoy como el libro de Génesis. Génesis es el único registro confiable 
de la historia del hombre.
El hombre, tal y 
como Dios lo creó
La Biblia 
describe la creación del hombre de la siguiente forma:
Entonces dijo 
Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y 
señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda 
la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al 
hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Génesis 
1.26–27).
Entonces Jehová 
Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de 
vida, y fue el hombre un ser viviente. (...) Y dijo Jehová Dios: No es bueno que 
el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. (...) Entonces Jehová Dios 
hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus 
costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó 
del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es 
ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque 
del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se 
unirá a su mujer, y serán una sola carne (Génesis 2.7, 18, 
21–24).
Aquí se 
emplea un lenguaje sencillo y fácil de entender. De los primeros capítulos de 
Génesis obtenemos los siguientes datos en cuanto al estado del hombre tal y como 
Dios lo creó:
·        Él 
llevó la imagen de Dios (véase el capítulo 7 de este 
libro).
·        Él 
era inteligente, pues hablaba con Dios y era capaz 
de darles nombres a todos los animales.
·        Él 
era puro y santo, y fue hecho a la imagen de Dios, 
sin pecado, en comunión con su Creador.
·        Él 
era digno de confianza; pues le fue dada la 
responsabilidad de cuidar el huerto y dominar toda la tierra.
·        Él 
recibió “el aliento de vida” por el soplo de Dios. 
Esto implica que: (1) La vida en él reflejaba la vida de Dios. (2) Él no estaba 
sujeto a la muerte. La amonestación: “el día que de él comieres, ciertamente 
morirás” (Génesis 2.17), no significaba nada si en ese tiempo la muerte ya 
reinaba en su cuerpo y alma. De hecho, comprendemos que la muerte descrita aquí 
se refería tanto a la muerte espiritual como también a la física. (Compare 
Génesis 3.22–24 con Romanos 5.12–19.) Hasta entonces, el hombre era un alma 
viviente con la capacidad de vivir eternamente.
Esta es una 
descripción preciosa del hombre en su perfección cuando éste vivía en el hermoso 
paraíso terrenal de Dios.
La caída del 
hombre
Pero 
Satanás entró al hogar feliz del hombre. Adán y Eva cayeron en desobediencia y 
el hombre perdió su primer estado. La historia de su vergonzosa caída se relata 
aquí:
Pero la 
serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había 
hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo 
árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles 
del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto 
dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la 
serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis 
de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el 
mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los 
ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y 
comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron 
abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron 
hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que 
se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron 
de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto (Génesis 
3.1–8).
La caída 
del hombre cambió la naturaleza del género humano. Pero Dios previó este evento 
e hizo provisiones para redimir al hombre de su estado caído (1 Pedro 1.20). La 
historia bíblica de la caída del hombre no armoniza con la teoría de la 
evolución. El hombre ahora es más depravado que nunca en lugar de ser más 
inteligente y refinado.
La familia de 
Adán
Después de 
esto, la historia de la familia de Adán se refiere al hombre caído en lugar de 
referirse a la historia del hombre en el paraíso de Dios. Adán, como el resto de 
la humanidad, estaba sujeto a enfermedad, dolor y muerte. Sabemos los nombres de 
tres de los hijos de Adán: Caín, Abel y Set. Se infiere que Adán tuvo más hijos 
cuando leemos el versículo donde dice que Adán “engendró hijos e hijas” (Génesis 
5.4). La carga del pecado recayó sobre Adán y su familia. Caín, el primogénito, 
llegó a ser homicida. Abel fue asesinado y Dios dio a Adán otro hijo: 
Set.
“¿Dónde 
consiguió Caín su esposa?” El incrédulo se hace esta 
pregunta. La esposa de Caín era su hermana o su sobrina. El hecho de que Caín 
era fugitivo y vagabundo, echado fuera de la presencia del resto de la familia, 
no quiere decir que otros de la familia también eran pecadores que pudieron 
correr la misma suerte de Caín en su andar pecaminoso.
La edad del género 
humano
La edad 
aproximada del hombre la sabemos por dos genealogías que se encuentran en los 
capítulos 5 y 11 de Génesis. La primera ofrece la cantidad de años desde la 
creación de Adán hasta el nacimiento de Noé y la segunda dice cuántos años más 
tenía Adán que Abram. Desde aquel tiempo hasta nuestros días hay suficiente 
historia contemporánea entre las diferentes naciones por medio de las cuales 
podemos calcular el tiempo aproximado desde la creación del hombre. Se calcula 
que el tiempo desde la creación de Adán hasta el nacimiento de Cristo es de 
aproximadamente 4.004 años. Existe cierta variación en los cálculos de 
diferentes personas, pero no la suficiente como para impedir llegar a la 
conclusión que si Adán viviera hoy él tendría alrededor de 6.000 
años.
El 
diluvio
Al pasar 
los siglos la maldad del género humano aumentó. Entre los descendientes de Caín 
encontramos al padre de los edificadores de la primera ciudad (Enoc), al padre 
de los que criaban ganado (Jabal) y al gran herrero (Tubal-caín). Con el paso 
del tiempo, las condiciones que prevalecieron trajeron el juicio del 
Todopoderoso. “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra” 
(Génesis 6.6). ¿Qué había pasado? Entre otras cosas, hubo casamientos entre los 
hijos de Dios y las hijas de los hombres. Y como les nacieron gigantes a estos 
matrimonios impíos y “varones de renombre”, al fin Dios vio que “la maldad de 
los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del 
corazón de ellos era de continuo solamente el mal”, entonces él dijo: “Raeré de 
sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado” (Génesis 6.5, 
7).
Pero Noé 
halló gracia ante los ojos del Señor y por medio de él Dios preservó el género 
humano. Dios le ordenó a Noé edificar un arca en el cual pudieran entrar los 
justos entre los hombres y un número limitado de toda especie animal. Allí 
hallarían refugio mientras la tierra fuera destruida por un gran 
diluvio.
Noé hizo lo 
que Dios le ordenó. Pero solamente hubo ocho almas que entraron al arca el día 
señalado: Noé y su esposa, sus tres hijos y sus esposas. Dios cerró la puerta de 
la misma. Las fuentes del abismo se reventaron y se abrieron las compuertas del 
cielo arriba. Llovió intensamente por cuarenta días y cuarenta noches hasta que 
la faz de la tierra fue cubierta con agua. Toda la gente que estaba fuera del 
arca pereció. Después del diluvio el arca reposó sobre los montes de Ararat. 
Entonces fue cuando Noé y su familia salieron. Habían estado dentro del arca 
durante más de un año.
El año 
seiscientos de la vida de Noé, en el mes segundo, a los diecisiete días del mes, 
aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de 
los cielos fueron abiertas, y hubo lluvia sobre la tierra cuarenta días y 
cuarenta noches. En este mismo día entraron Noé, y Sem, Cam y Jafet hijos de 
Noé, la mujer de Noé, y las tres mujeres de sus hijos, con él en el arca; ellos, 
y todos los animales silvestres según sus especies, y todos los animales 
domesticados según sus especies, y todo reptil que se arrastra sobre la tierra 
según su especie, y toda ave según su especie, y todo pájaro de toda especie. 
Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había 
espíritu de vida. Y los que vinieron, macho y hembra de toda carne vinieron, 
como le había mandado Dios; y Jehová le cerró la puerta. Y fue el diluvio 
cuarenta días sobre la tierra; y las aguas crecieron, y alzaron el arca, y se 
elevó sobre la tierra. Y subieron las aguas y crecieron en gran manera sobre la 
tierra; y flotaba el arca sobre la superficie de las aguas. Y las aguas subieron 
mucho sobre la tierra; y todos los montes altos que había debajo de todos los 
cielos, fueron cubiertos. Quince codos más altos subieron las aguas, después que 
fueron cubiertos los montes. Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, 
así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre 
la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus 
narices, todo lo que había en la tierra murió. Así fue destruido todo ser que 
vivía sobre la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, los reptiles, 
y las aves del cielo; y fueron raídos de la tierra, y quedó solamente Noé, y los 
que con él estaban en el arca (Génesis 7.11–23).
Por el 
lenguaje claro que se emplea en la Biblia es evidente que el diluvio fue 
universal y cubrió toda la tierra. La escritura no admite ninguna otra 
interpretación.
También hay 
evidencias extra-bíblicas que demuestran que hubo un diluvio 
universal:
·        Las 
naciones del Oriente tienen un relato tradicional acerca de un diluvio que han 
sabido trasmitir de generación en generación y que finalmente vino a formar 
parte de su literatura. Algunas de las tribus indígenas en América también 
tienen una leyenda semejante.
·        Existen lugares muy distantes del mar donde se han descubierto muchos 
fósiles de plantas y animales acuáticos. Esto demuestra que en un tiempo esos 
lugares estuvieron debajo del agua.
La dispersión del 
hombre a causa de la confusión de las lenguas
Noé edificó 
un altar e hizo un sacrificio para adorar a Dios al salir del arca. Pero no pasó 
mucho tiempo después del diluvio que se dio a conocer que aunque Noé halló 
gracia ante los ojos de Dios, él, sin embargo, era hijo de Adán. El diluvio no 
quitó la naturaleza pecaminosa que se transmite de generación en generación (lea 
Génesis 9.20–27).
Al 
multiplicarse el hombre, su maldad se manifestó más y más. Una vez más vayamos a 
las escrituras para facilitar nuestra narración:
Tenía entonces 
toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y aconteció que cuando 
salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se 
establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y 
cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto 
en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya 
cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre 
la faz de toda la tierra. Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que 
edificaban los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y 
todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará 
desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos, y 
confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. 
Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de 
edificar la ciudad (Génesis 11.1–8).
Nadie sabe 
el lugar exacto donde se comenzó a construir la torre de Babel. Pero según la 
tradición judía fue en Babilonia, una ciudad en Sinar.
A partir de 
ese tiempo la historia del hombre se compone de la historia de muchas naciones. 
No existen muchos escritos acerca de la historia de las naciones durante los 
primeros cien años después de la dispersión. Pero se sabe lo suficiente para 
concluir que la mayor parte de los descendientes de Sem se quedaron en Asia, los 
descendientes de Jafet llegaron a ser las naciones principales de Europa y los 
descendientes de Cam llegaron a ser el pueblo predominante de 
África.
El pacto de Dios 
con Abraham
Aunque el 
hombre fue confundido en sus designios y dispersado sobre la faz de toda la 
tierra él no se arrepintió de sus caminos pecaminosos. Más bien, la maldad del 
hombre siguió incrementándose. Entonces Dios reveló su plan para el hombre 
pecaminoso. Él llamó a Abraham, un ciudadano de Ur de los Caldeos, para 
convertirlo en cabeza de una nación escogida. El criterio de Dios acerca de su 
siervo Abraham fue: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de 
sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga 
venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis 
18.19).
En la parte 
oriental del Mar Mediterráneo había una porción de tierra escogida que estaba 
habitada por los descendientes de Canaán, los hijos de Cam. Esta tierra, 
conocida entonces como la tierra de Canaán y ahora como Palestina, Dios se la 
prometió a Abraham, diciendo: “Y haré de ti una nación grande (…) A tu 
descendencia daré esta tierra” (Génesis 12.2, 7).
Dios 
confirmó esta promesa varias veces. La parte más preciosa del pacto fue la 
promesa de la venida de Cristo, a la cual Dios se refirió cuando le dijo a 
Abraham: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” 
(Génesis 22.18; Hechos 3.25). Abraham obedeció la voz de Dios, pero durante su 
vida no vio cumplidas todas las promesas de Dios. Él moraba en tiendas y aunque 
Dios lo prosperaba materialmente Abraham no dejó de creer en las promesas de 
Dios por medio de la fe. Abraham creyó fielmente y hoy conocemos a Abraham como 
“el padre de los fieles”.
Cuando 
Abraham murió él no tenía muchos descendientes. Pero en los días de su nieto, 
Jacob, la familia estaba compuesta de setenta personas. Ellos emigraron a 
Egipto. Estando en Egipto, Dios cambió el nombre de Jacob por el de Israel. Allí 
Israel se convirtió en una nación muy grande. Primeramente experimentaron la 
prosperidad bajo la dirección de José, pero después la esclavitud bajo la 
opresión de un nuevo rey (Éxodo 1–12). Después de muchos años de esclavitud, los 
hijos de Israel, bajo la dirección de Moisés, fueron librados de Egipto y 
comenzaron su viaje hacia la tierra prometida (Éxodo 12.41).
La 
ley
Aquel 
peregrinar del pueblo de Israel se mantuvo durante 40 años. Mientras Israel 
viajaba, Dios se le apareció a Moisés en el Monte Sinaí y le entregó la ley. Los 
israelitas recibieron los diez mandamientos que fueron escritos con el dedo de 
Dios sobre dos tablas de piedra (Éxodo 31.18). Dios también les dio la ley 
levítica. Esta ley fue válida como la ley de Dios para su pueblo durante el 
resto de la época del Antiguo Testamento. Su vigencia duró hasta Cristo, porque 
él se convirtió en el cumplimiento de la ley.
La cúspide 
del poder de la nación de Israel fue lograda en los días de David y Salomón. 
Después el reino fue dividido entre el reino del norte y el reino del sur. Luego 
cayó el reino del norte y después el reino del sur. El pueblo fue llevado 
cautivo. Pero la ley todavía estaba en vigencia: el sacerdocio continuó, la 
adoración nacional de los judíos se mantuvo, algunos prosélitos fueron ganados 
de otros pueblos… Cuando llegó el tiempo de Cristo la adoración en las sinagogas 
ya había sido establecida en muchas ciudades en Palestina así como también en 
otros países.
Durante 
este tiempo florecieron otras naciones. Caldea, Asiria, Egipto, Persia, Fenicia, 
Grecia y Roma; cada una prosperó grandemente en su día y cada una cayó al ser 
conquistada por sus enemigos. Su propio estado pecaminoso fue siempre la causa 
de su caída. En el tiempo de Cristo, Palestina estaba bajo el dominio de los 
romanos. Aproximadamente cuarenta años después de la crucifixión del Señor 
Jesucristo, Jerusalén fue completamente destruida por Tito, el emperador romano. 
Desde aquel tiempo los judíos fueron extranjeros entre las naciones por más de 
1.800 años.
El 
cristianismo
La fecha 
“2004 a.d.” quiere decir que hace 
2.004 años que el anticipado Mesías apareció en la tierra. El cetro de favor 
divino pasó de Judá a Cristo, de la ley del judaísmo a la ley del evangelio, que 
es el cristianismo. De allí en adelante la historia de Dios y su pueblo está 
contenida en la historia de la iglesia cristiana. Juan el Bautista, precursor de 
Cristo, fue el siervo de Dios que introdujo la transición del antiguo al nuevo 
pacto. Luego, apareció Jesucristo el Mesías. Él escogió a sus discípulos, 
estableció su iglesia, selló el nuevo pacto con su sangre, resucitó del 
sepulcro, ascendió a la gloria, envió al Espíritu Santo y dio poder a la iglesia 
para servir a su pueblo. En pocos siglos el cristianismo se convirtió en una 
influencia poderosa en el mundo. Y Dios ha preservado su influencia hasta el día 
de hoy.
Aunque en 
la actualidad muchas de las naciones son ricas y poderosas todavía ellas siguen 
las pisadas de las naciones antiguas en cuanto a la maldad y el pecado. En 
nuestros días hay una decadencia moral que ha conducido a la mayoría de las 
naciones al borde de la ruina, mientras se oye de “guerras y rumores de guerras” 
por todos lados. Como en los días de Noé, abundan casamientos entre creyentes e 
incrédulos. Las profecías y las señales descritas en Mateo 24 y en otras 
escrituras se están cumpliendo.
En medio de 
todo esto la iglesia tiene un mensaje: el mensaje de la salvación, el evangelio 
de Jesucristo, el cual debe ser predicado a todas las 
naciones.
Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com/doct8 (PUNTO) htm
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