Capítulo 52
El amor
“Si me amáis,
guardad mis mandamientos” (Juan 14.15).
En este
capítulo hablamos del amor de Dios para con los humanos, especialmente para con
sus hijos, y de nuestro amor para con Dios y los demás. No se trata del amor
romántico.
El origen del amor
El origen
del amor que se ve en los hijos de Dios se explica con esta frase: “El amor es
de Dios” (1 Juan 4.7). Esto lo entendemos más a fondo cuando recordamos que
“Dios es amor” (1 Juan 4.16). La persona que “está escondida con Cristo
en Dios” (Colosenses 3.3) está llena y rebosando del amor de Dios que ha sido
derramado en su corazón por el Espíritu Santo (Romanos 5.5). Por eso podemos
decir: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan
4.19).
Manifestaciones del amor de Dios
1.
Jesucristo
“Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros” (Romanos 5.8). Vea, además, Juan 3.16. La evidencia más convincente
del amor es que una persona esté dispuesta a sacrificarse por el bien de otra
persona. Cuando el amor de Dios nos llena entonces seremos capaces de
sacrificarnos por otros, aun por nuestros enemigos.
2.
Su paciencia para con
nosotros
Pedro nos
recuerda en 2 Pedro 3.9 que la paciencia de Dios para con nosotros lo conmueve a
retrasar su venida porque él no quiere “que ninguno perezca, sino que todos
procedan al arrepentimiento”. Dios es muy paciente con nosotros. Él muchas veces
soporta nuestras flaquezas y nuestra naturaleza obstinada. Y muchas veces nos ha
bendecido ricamente a pesar de que no somos dignos de la más mínima de sus
bendiciones. Dios es el ejemplo perfecto de lo que Pablo quiso decir cuando
dijo: “El amor es sufrido, es benigno” (1 Corintios 13.4).
3.
Lo que él hace por sus
enemigos
“Todos
nosotros nos descarriamos como ovejas” (Isaías 53.6). Éramos enemigos de
Dios. Sin embargo, fue cuando nosotros éramos enemigos de Dios que él nos
reconcilió consigo mismo por medio de su Hijo (Romanos 5.10). La verdadera
prueba del amor no es lo que uno hace por sus amigos, sino lo que hace por sus
enemigos. (Lea Mateo 5.38–48.)
4.
Sus abundantes provisiones
para nuestra alegría y bienestar
Dios no
se dio por satisfecho con sólo hacer posible nuestra salvación, lo cual era
mucho más de lo que merecíamos, sino que él hizo mucho más. Su actitud no es:
“Ahora ya he hecho mi parte; si usted muere y va al infierno es culpa suya,
no mía”. A veces escuchamos a los hombres decir cosas así, pero a Dios
nunca. Todo lo que Dios ha hecho por nosotros surgió de un corazón rebosante de
amor. Él nos redimió del pecado, de la muerte y del infierno, sacrificando a su
Hijo unigénito para llevar a cabo su propósito. El cielo y la tierra fueron
hechos para nuestra alegría y bienestar tanto como para su gloria. Él nos dio el
evangelio, lo selló con la sangre de su Hijo y nos mandó al Espíritu Santo para
guiarnos a toda la verdad. Nos hizo parte de su iglesia y nos capacitó para
llevar el evangelio a todas las naciones a fin de que todos puedan saber acerca
de su salvación bendita. En todas partes hay evidencias del amor generoso de
Dios para con sus criaturas.
Cómo se manifiesta nuestro amor para con Dios
1.
Obedecer a
Dios
Cristo
dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14.15). Y expresó la misma
verdad de otra manera cuando dijo: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que
yo os mando” (Juan 15.14). Y otra vez: “El que tiene mis mandamientos, y los
guarda, ése es el que me ama” (Juan 14.21). En Juan 14.23 él dice: “El que me
ama, mi palabra guardará”. El amor y la obediencia son
inseparables.
2.
Amar a los
hermanos
“Si
alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que
no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha
visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también
a su hermano” (1 Juan 4.20–21). Con esto concuerda la enseñanza de Jesús en
Mateo 22.34–40 donde él declaró que el mandamiento de amar a su prójimo es
semejante al mandamiento de amar a Dios.
3.
Amar a nuestros
enemigos
Leemos
acerca de esto en Mateo 5.38–48. Este amor es la roca sobre la cual está fundada
la doctrina bíblica de la no resistencia. La prueba de fuego de nuestro amor no
es si amamos a los que nos aman, sino si amamos a los que nos ultrajan y nos
persiguen. En esto hay una diferencia importante entre el santo y el pecador.
Después que Cristo nos enseñó a amar a los enemigos tanto como a los amigos,
dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos
es perfecto” (Mateo 5.48).
¿Cómo es
nuestro amor para con nuestros enemigos? ¿Estamos libres de malicia, envidia y
de un deseo de “desquitarnos” con nuestros enemigos? ¿Acaso les devolvemos bien
por mal? Ésta es la verdadera prueba de nuestro amor.
4.
Servir
fielmente
Los hijos
que aman a sus padres rinden fiel servicio; no porque tengan que hacerlo,
sino porque el amor los constriñe a hacerlo. Como hijos de Dios no somos
esclavos, sino libres. “El amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5.14) a
rendir un servicio fiel, obediente y voluntario. Dondequiera que encontramos a
siervos voluntarios de Dios podemos saber que estamos viendo gente que lo
ama.
El amor en acción
Primera
de Corintios 13 explica lo que el amor en verdad hace. En el principio del
capítulo, Pablo enseña que lo que hacemos que no es motivado por el amor de Dios
no vale. Luego sigue diciendo:
El amor es
sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se
envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda
rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de
ser.
Aplique
esta enseñanza a la vida diaria, a la vida hogareña, a la vida social, a los
negocios... El amor de Dios es más que sólo una teoría; produce acción en
la vida.
Las maravillas del amor de Dios
1.
La maravilla de su gracia
hacia nosotros
La gracia
de Dios es la mayor de todas las maravillas de su amor. Juan dijo: “Mirad cuál
amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3.l).
David sin duda tenía sentimientos semejantes cuando exclamó: “Cuando veo tus
cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué
es el hombre, para que tengas de él memoria?” (Salmos 8.3–4). Nuestro Dios
Todopoderoso puede crear innumerables seres celestiales para alabar su nombre;
tiene su trono en los cielos mientras que la tierra es estrado de sus pies; su
grandeza y gloria infinita están más allá de la comprensión de los humanos. ¿Por
qué debiera prestar la menor atención a una criatura tan débil, vil e indigna
como el ser humano? Pero no sólo nos prestó atención, sino nos adoptó en su
familia gloriosa, convirtiéndonos en sus hijos e hijas. Tenemos que concluir,
diciendo: él nos ama.
2.
La maravilla del poder de su
amor
Los
cielos y la tierra fueron hechos por Dios para el bien y la felicidad del
hombre. El amor trajo a Cristo al mundo y le llevó al Calvario. El amor de Dios
hace que él reciba a todo el que acude a Cristo. El amor de Dios sí es fuerte.
Su poder se verá también en los millones de almas que bendecirán el nombre de
Dios por los siglos de los siglos. Las huestes redimidas en la eternidad estarán
allí por el maravilloso e incomparable poder del amor de Dios. En el amor hay un
poder que la fuerza física nunca puede igualar. ¿Podemos comprenderlo? ¿Usamos
este poder en nuestras relaciones con nuestros conciudadanos?
3.
La maravilla de que su amor
echa fuera el temor
Los que
tienen paz con Dios pueden enfrentar las realidades del mundo venidero en plena
certidumbre de esperanza y amor. Pueden enfrentar la muerte sin temor. Los que
tienen puesta la mirada en las cosas de arriba viven en una comunión tan íntima
con Dios que no tienen nada que temer. “En el amor no hay temor, sino que el
perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4.18).
Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com/doct52 (PUNTO) htm
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