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miércoles, 10 de abril de 2013

El juicio / El Infierno / El cielo







Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com


Capítulo 58

El juicio

“Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).

Una doctrina del Antiguo Testamento

David habla del tiempo cuando el Señor “viene a juzgar la tierra” (1 Crónicas 16.33) y dice que él “ha dispuesto su trono para juicio” (Salmo 9.7). También dice que él “vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad” (Salmo 96.13). Salomón dice: “Al justo y al impío juzgará Dios” (Eclesiastés 3.17). Y para advertir a los jóvenes de los placeres pecaminosos, él dice: “Pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (Eclesiastés 11.9). De estas citas bíblicas concluimos que los escritores del Antiguo Testamento entendieron que hay una recompensa para los justos y un castigo para los impíos. Ellos sabían también que viene el día en que “los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados” (Daniel 12.2) y en que los malos recibirán el castigo que merecen.

Una doctrina del Nuevo Testamento

Cristo dice: “De toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12.36). Hablando del Espíritu Santo, él dice: “Convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16.8). En cuanto al significado del juicio de Dios para los impíos, él dice: “E irán éstos al castigo eterno”, y añade: “y los justos a la vida eterna” (Mateo 25.46).

Pablo proclamó esta doctrina en una manera clara y precisa. Félix se espantó cuando Pablo predicó “de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero” (Hechos 24.25). Pablo también les escribió a los romanos: “Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Romanos 14.10). (Lea también 2 Corintios 5.10.)

Hebreos 10.27 dice que a los que pecan voluntariamente les espera “una horrenda expectación de juicio”. Este juicio no es solamente un golpe en la conciencia, como algunos lo interpretan, pues él les cuenta a la misma gente que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).

Pedro también testifica del juicio de Dios sobre el mundo pecaminoso, diciendo: “Los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio” (2 Pedro 3.7). Judas habla del “juicio del gran día” (Judas 6). Y Juan, en su visión en la isla llamada Patmos, vio “a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apocalipsis 20.12).

Podemos resumir esta doctrina citando 2 Corintios 5.10: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”.

Es justo que Dios nos juzgue

Casi todo el mundo cree en alguna forma de juicio. Aun el ateo cree que a los criminales se les debe aplicar la justicia y se regocija cuando un criminal despiadado recibe su merecido.

En esta vida no siempre se recibe el castigo o el pago según los pecados o las virtudes de uno. Muchas veces los malos tienen buena salud, riqueza, placer, honor y todo lo demás, mientras que algunos que temen a Dios están afligidos, sufren dolor y enfermedad, y mueren en pobreza y necesidad. En la historia del hombre rico y Lázaro los dos no recibieron el pago por sus hechos en esta vida, pero después sí lo recibieron.

Los azotes y las aflicciones que nosotros los creyentes padecemos en este mundo no son siempre un castigo por el pecado, sino un toque del amor de Dios por nuestro propio bien o el de otros (Hebreos 12.1–13). Por ejemplo, los sufrimientos de Job no le fueron un castigo. Hay una gran diferencia entre la disciplina y la retribución. La primera sirve para corregir, mientras que la segunda es para castigar.

El juicio futuro confirma la justicia de Dios. La palabra de Dios y la justicia misma sostienen la doctrina de la retribución y la recompensa futura.

El juez

1. “El Padre (...) todo el juicio dio al Hijo” (Juan 5.22)

Jesucristo fue “despreciado y desechado entre los hombres” (Isaías 53.3). Fue clavado en la cruz y murió en deshonra y afrenta. Mas él resucitó triunfante sobre todo adversario, ascendió con majestad a la gloria y está a la diestra del Padre como abogado e intercesor de todos los que confían en él. Cuando se cumpla el tiempo él volverá para juzgar “a los vivos y a los muertos” (2 Timoteo 4.1).

2. Nuestro Juez es competente y digno en todo aspecto

Cristo es infinito en sabiduría, conocimiento y juicio. Él nunca cambia (Hebreos 13.8) y por eso es completamente digno de toda confianza. Él nos ha demostrado su amistad en que murió por nosotros. Por eso no tenemos que temer que él sea un Juez sin compasión. Él es perfecto en justicia, por eso de él no esperamos otra cosa que no sea pura justicia. Él es imparcial y por eso no hace acepción de personas. Este es el carácter del gran Juez delante de quien todos nosotros estaremos en pie. Si en esta vida somos prudentes y nos juzgamos a nosotros mismos de acuerdo con su palabra de verdad entonces podemos tener la seguridad de que en aquel gran día nuestro juicio será una alegría y no la sentencia de la muerte eterna por nuestros pecados (Mateo 25.34). Estamos muy agradecidos de que el asunto de decidir el destino eterno de cada humano está reservado para Aquel cuyo conocimiento es infinito y cuyo juicio es perfecto.

El juicio

1. Será según la ley y la evidencia

Cristo deja bien claro en su palabra que él no es un autócrata arbitrario que condena a quienquiera, sino que su misión en el mundo fue salvar a los hombres, no condenarlos (Juan 3.17; 12.47). Cuando él venga la segunda vez vendrá con el mismo corazón de amor porque es el mismo Amigo de la humanidad. Él juzgará según la palabra (Juan 12.48) y conforme a nuestros hechos (2 Corintios 5.10). Como un hombre en una corte justa es traído delante del tribunal para ser justificado o sentenciado según la ley y la evidencia, así también nuestra posición delante del gran Juez depende de cómo se compara nuestra vida con la palabra eterna de Dios. La ley está establecida para siempre (Salmo 119.89). El único punto que tendrá que decidirse es si somos inocentes o culpables ante la ley. Si hemos aceptado la gracia de Dios en Jesucristo, quedaremos justificados; si no hemos hecho esto, seremos condenados. Nosotros escogemos nuestro destino eterno. Por más misericordioso que sea un juez, la justicia demanda que todos los que ante él comparezcan para ser juzgados deberán ser declarados inocentes o culpables dependiendo de la ley y la evidencia.

2. Será para los ángeles caídos

“Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó (...) para ser reservados al juicio” (2 Pedro 2.4). Judas también testifica que “a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Judas 6). En el fin los ángeles caídos tendrán el mismo destino que los hombres caídos. Ambos serán enviados “al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25.41).

3. Será para “todas las naciones” (Mateo 25.32)

Dios es “el Juez de todos” (Hebreos 12.23). Él no pasará por alto los pecados de ninguno ni tampoco favorecerá a ninguna nación o persona, porque “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10.34).

4. Será para “grandes y pequeños” (Apocalipsis 20.12)

Juan estaba en la isla llamada Patmos cuando vio una visión que le demostró claramente que el juicio será para todos, sean grandes o sean pequeños. En esa visión él vio que grandes y pequeños estaban de pie ante el trono de Dios. Los libros fueron abiertos y todas las personas fueron juzgadas. El conquistador, el rey, el siervo más humilde, el político, el estudiante, el analfabeto, el mendigo, el millonario, los viejos, los jóvenes... todos serán juzgados por la misma ley; todos serán juzgados con justicia. Dios juzgará el mundo sin distinción de raza, color, edad o posición social. El destino eterno de cada persona será determinado por lo que hizo con las bendiciones, los talentos y las oportunidades que Dios le dio mientras vivió en el cuerpo. “Porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lucas 12.48).

5. Será para “los vivos y (...) los muertos” (2 Timoteo 4.1)

En 1 Tesalonicenses 4.14–18 Pablo nos muestra una representación viva de cómo será para los justos que duerman y los justos que vivan cuando Cristo venga por segunda vez. Cuando él venga todos, los vivos y los muertos, serán juzgados según las obras hechas estando en el cuerpo.

6. Será para el justo y el impío (Eclesiastés 3.17)

No hay favoritismos con Dios. La diferencia entre los justos y los impíos es que el justo ha aceptado la expiación por medio de la sangre de Cristo y vive según su ley, mientras que el impío no la ha aceptado ni obedece a Cristo. Malaquías habla del “día de Jehová, grande y terrible” (Malaquías 4.5). La segunda venida de Cristo, la resurrección y el juicio venidero son cosas gloriosas para los justos, pero para los impíos estas cosas traen horror y tristeza. El futuro aterroriza a los impíos porque son culpables ante Dios. Cuando Juan estaba en la isla de Patmos oró así: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22.20). Pero los impíos gimen y suspiran porque les queda “una horrenda expectación de juicio” (Hebreos 10.27). Muchos de ellos van a clamar a los montes y a las peñas: “Caed sobre nosotros” (Apocalipsis 6.16).

“Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 Pedro 3.14).
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Capítulo 59
El infierno
“Los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21.8).
La Biblia enseña que hay un lugar de castigo eterno. Ese lugar fue preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25.41). Sin embargo, los impíos también serán enviados a ese lugar porque escogieron seguir al diablo y a sus ángeles. Este lugar de castigo y tormento es el infierno.
Cómo es el infierno
Las siguientes frases de la palabra de Dios describen el infierno:
· “Confusión perpetua” (Daniel 12.2)
· “Fuego que nunca se apagará” (Mateo 3.12)
· “Infierno de fuego” (Mateo 5.22)
· “Horno de fuego” (Mateo 13.50)
· “Condenación del infierno” (Mateo 23.33)
· “Tinieblas de afuera” (Mateo 25.30)
· “Fuego eterno” (Mateo 25.41)
· “Castigo eterno” (Mateo 25.46)
· “Donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9.44)
· “El castigo del fuego eterno” (Judas 7)
· “El humo de su tormento sube por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 14.11)
· “Lago de fuego que arde con azufre” (Apocalipsis 19.20)
Para que entienda estas descripciones más a fondo usted debe estudiarlas en sus contextos. Temblamos al pensar en lo horrible que será el infierno y nos quedamos atónitos al saber que hay personas que pretenden creer en la Biblia, pero piensan que no exista tal lugar.
El infierno es un lugar
Una de las cosas importantes que debemos recordar es que el infierno es un lugar (Lucas 16.28) y no una condición. Algunos nos dicen que “hacemos nuestro propio infierno”, refiriéndose a las condiciones deprimentes que creamos a veces para nuestra propia desgracia. Pero la Biblia enseña que el infierno es un lugar y no una condición. Este hecho es tan claro que ningún creyente verdadero lo duda. El infierno es un lugar tanto como lo es este mundo en que vivimos.
Quién irá allá
1. El diablo y sus ángeles

Cristo dijo específicamente que el infierno fue “preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25.41). Los demonios saben para donde van. Cuando Cristo se encontró con algunos de ellos, éstos clamaron: “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mateo 8.29). Aunque ellos “creen, y tiemblan” (Santiago 2.19), también conocen su propia sentencia y temen el lugar a donde serán mandados. (Lea también Judas 6; Apocalipsis 20.10.)

2. Los pecadores que rehúsan arrepentirse

Cristo prepara un lugar diferente para nosotros los humanos: el cielo. Sin embargo, si rehusamos arrepentirnos, Dios nos mandará al lugar preparado para el diablo y sus ángeles en la eternidad (Mateo 25.41). “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13.3). La entrada a los cielos es posible sólo por medio del arrepentimiento (Lucas 24.47). Cuando los pecadores mueren sin haberse arrepentido de sus pecados, la sentencia divina se aplica a ellos: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18.4).

3. Los que se creen buenos, pero no obedecen a Dios

No es necesario que uno sea culpable de homicidio, de robo, de fornicación o de borrachera para que sea condenado al infierno. El mero hecho de desobedecer a Dios en algo sencillo condena a la persona, así como la condena el más vil pecado.

Segunda de Tesalonicenses 1.7–9 habla de la venganza con que se castigará a los que no están en el redil de Cristo. Aquí no se dice que estas personas fueron muy viles y groseras. Sólo se dice que “no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo”. A tales personas se les dice que “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”.

Algunos tropiezan en este punto. Ellos dicen que Dios nunca enviaría al infierno al hombre que es honrado en su negocio, que provee bien para su familia y que vive una vida más pura que mucha gente en las iglesias, pero rehúsa someterse a Dios en una cosita. Los que defienden a tal hombre están confiando más en las buenas obras que en la verdad de la palabra de Dios. Cristo dijo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Sodoma y Gomorra que para los religiosos que habían conocido la palabra de Dios, pero no la obedecieron (Mateo 11.20–24). No es que los de Sodoma fueron mejores que los religiosos, sino que éstos sabían más de la voluntad de Dios y aún no la obedecieron. Ante Dios resulta grave el hecho de conocer su voluntad y no obedecerla (Lucas 12.47–48). No debemos presentar excusas por el hombre “bueno” que sabe la verdad, pero la rechaza. Más bien debemos advertirle que si no se arrepiente perecerá como todos los demás pecadores (Lucas 13.2–5).

4. Los hipócritas

Cualquier persona que finge que la razón por la que no está en la iglesia es porque allí hay hipócritas es también un hipócrita porque tan pronto se le quita esta excusa pone otra para no convertirse en un cristiano. Los hipócritas, estén dentro o fuera de la iglesia, estarán todos juntos en la eternidad en el lago de fuego. Cristo habla acerca del hombre que ha sido negligente en prepararse para la venida del Señor, diciendo que Dios “pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 24.51).
La violencia y la delincuencia que vemos en el mundo actual se deben a que los hombres se han hecho sordos al mensaje de Dios y han escogido el pecado y la iniquidad. El fin del pecado es la muerte; no hay otro fin que sea justo. Cuando los hombres voluntariamente rechazan a Dios, él les está dando lo que merecen al enviarles para el infierno. En muchos tribunales actuales se cometen errores judiciales en donde los culpables salen sin recibir su merecido castigo, mientras que los inocentes sufren injustamente por cosas que no hicieron. Pero en el tribunal de Cristo habrá justicia perfecta; ningún justo será echado al lago de fuego y ningún malvado evitará su merecido.

Algunas ideas erróneas

A los hombres desobedientes les es natural tratar de huir de las verdades que son desagradables. Ellos se han gastado fortunas enteras tratando de encontrar alguna sustancia capaz de prolongar la vida. Muchos han tratado de escapar de la terrible realidad del infierno utilizando la filosofía humana en lugar de aceptar la salvación que Dios les ofrece. Queremos notar algunos errores con respecto al infierno con los cuales se engañan muchas personas:

Error: No hay infierno

Verdad: Muchos creen en esta mentira. Aun entre los que dicen que creen en la Biblia hay algunos que dicen que el infierno se refiere nada más a la sepultura. Si es así, tenemos que revisar toda la Biblia para acomodarla a este punto de vista. ¿Por qué afirma la Biblia que los malos serán echados al infierno si es cierto que todos los demás irán allá también? ¿Por qué dijo el rico: “estoy atormentado en esta llama”, cuando todos sabemos que un muerto no puede sufrir tormento, aunque hubiera llamas en su sepultura? ¿Por qué dice la Biblia que “el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos”? Para que alguien crea que no hay un lugar de tormento eterno para los impíos, tendría que rechazar todo el contenido de la Biblia.

Error: Los impíos tendrán una segunda oportunidad después de la muerte

Verdad: No hay nada en la Biblia que enseñe esto. Cuando el rico rogó que Lázaro fuese enviado con agua, Abraham le informó que había entre ellos una gran sima que ningún hombre podía cruzar. La muerte no pone fin a nuestra existencia, pero sí elimina nuestra oportunidad de reconciliarnos con Dios. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27).

Error: Los malos no sufrirán tormentos para siempre

Verdad: La Biblia enseña que el castigo de los malos en el infierno es eterno. Los sacerdotes católicos dicen que hay un “purgatorio” donde los sufrimientos purgan el alma hasta que pueda entrar al cielo. Este engaño ofrece una esperanza falsa a los malos y les anima a arriesgarse a seguir en su pecado. Ellos piensan que podrán purificarse en el purgatorio, y por esto no consideran bien que tienen que arrepentirse de sus pecados ahora mientras tengan la oportunidad.

Error: Los malos serán consumidos al ser echados en el lago de fuego

Verdad: La teoría de que los malos serán consumidos por completo y que dejarán de existir no armoniza con las frases bíblicas como “fuego que nunca se apagará” y “el gusano de ellos no muere”. La Biblia dice que los malvados “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1.9), y que quedarán por la eternidad en el lago de fuego.

Lo más triste de todas estas ideas erróneas es que ofrecen una esperanza falsa a las personas que viven en pecado. Las mismas les dan a los malvados la esperanza de que habrá una manera de escapar al castigo horrible que la Biblia enseña que les espera a menos que se arrepientan. Amados amigos cristianos, seamos diligentes en advertir a la gente acerca del infierno.

Lo que los malos experimentarán en el infierno

Si el mundo creyera lo que significará sufrir en el infierno por la eternidad, millones de personas buscarían el perdón de Dios mientras hay oportunidad. ¿Cuáles son las cosas que están por sucederles a los impíos?

1. “El gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9.44)

Así será el castigo sin fin. Mientras estamos aquí en la tierra sufrimos, mas siempre esperamos alivio. Allá el sufrimiento continuará para siempre, sin esperanza de salir. Aunque usted sufriera alguna enfermedad terrible todos los días de su vida, ¡eso no sería nada al compararse con lo que está reservado para las almas condenadas al infierno!

El fuego del infierno traerá un dolor agudo y eterno a los condenados. Nuestra alma tiene una existencia eterna y nunca puede ser aniquilada aunque sufra para siempre en el castigo del fuego eterno.

2. “Allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 13.42)

Note las palabras lloro y crujir. Los condenados al infierno llorarán y maldecirán, se lamentarán y se desesperarán... Esta terrible escena no puede describirse con palabras. Sólo aquellos condenados conocerán la profundidad de la agonía de ese sufrimiento. ¡Lástima que no lo reconocen ahora para poder arrepentirse!

3. No tendrán “reposo de día ni de noche” (Apocalipsis 14.11)
Los que aquí sufren, por lo general hallan algún alivio cuando por fin se cansan hasta dormirse. Pero no habrá tal alivio para los condenados en el infierno.

4. Estarán en “las tinieblas de afuera” (Mateo 22.13)

La luz trae felicidad al hombre. La verdad, la justicia, la santidad y un conocimiento de Dios traen luz y gozo al alma. Pero el pecador en el infierno estará sin esta luz para siempre. Estará afuera; sin Dios, sin la verdad, sin la santidad, sin la gloria. Estará eternamente fuera de la presencia del Señor en las tinieblas de pecado y de angustia. Allí él tendrá que pasar la eternidad sufriendo “pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1.9).

Se puede evitar la condenación en el infierno

1. Dios quiere que todos escapen

No es la voluntad de Dios “que ninguno perezca” (2 Pedro 3.9). “No nos ha puesto Dios para ira” (1 Tesalonicenses 5.9). Más bien, él hizo el sacrificio más grande que jamás se ha hecho (Juan 3.16–17; Romanos 5.8) para que los hombres sean salvos. A pesar del hecho de que los hombres se han rebelado contra Dios y le acusan de crueldad e injusticia, su proceder con el hombre siempre ha sido de amor, sacrificio y benevolencia.

2. Debemos proclamar que hay una salida

Gracias a Dios hay una salida, una manera de escapar el castigo eterno. Sepa todo el mundo que por medio de la gracia de Dios hay una oportunidad para “el arrepentimiento y el perdón de pecados” (Lucas 24.47). Pues “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55.7).

Cierto incrédulo, al tratar de convencer a una gran multitud de que no existe tal cosa como “la eternidad”, dijo esto: “Suponga usted que un ave viniese a la tierra al fin de cada mil años y se llevase de aquí un granito de arena. Aunque el ave se demorara millones de siglos, finalmente el mundo sería trasladado a otra parte. Pero si existiera tal cosa como ‘la eternidad’, quedaría aún una eternidad de sufrimiento y dolor para las almas condenadas en el infierno.” Un joven pensativo, al escuchar estas palabras, fue conmovido por ellas en una manera muy diferente de la que quiso el incrédulo. Si esta es la verdad, dijo para sí mismo, pasaré toda mi vida avisándoles a los pecadores a huir de la ira venidera. Y nosotros, ¿por qué no tomamos tal decisión? Digamos la verdad al mundo. El diablo ha arrullado y ha dormido al mundo tanto que los pecadores sienten una gran seguridad falsa. Esforcémonos por despertar a los millones que duermen para que reconozcan el peligro de su condición.
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Capítulo 60

El cielo

“Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mateo 5.12).

Dios nos bendice aquí en la tierra con muchos favores que en realidad no merecemos. Pero por más agradable que sea nuestra vida, siempre enfrentamos muchas frustraciones y tristezas que a veces no entendemos. No obstante, hay un lugar preparado para el cristiano donde no hay pecado ni tristeza. En aquel lugar abunda la bienaventuranza y la gloria. Ese lugar se llama el cielo.

Cómo Dios describe al cielo

1. Es un “lugar” (Juan 14.1–3)

Cristo consoló a sus discípulos al decirles: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo.” De este pasaje bíblico y de otros más nosotros entendemos que el cielo no es una condición, sino un lugar. Es la morada eterna de Dios. Allí vive Dios, nuestro Salvador, y los santos junto a los ángeles estarán eternamente con él.

2. Es un lugar de “altura y (...) santidad” (Isaías 57.15)

Esto nos enseña que de todos los lugares el cielo es el más alto y el más santo. Es alto porque está encima de todo; es santo porque sólo los que son santos habitan allí. El serafín clamó: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6.3).

Si queremos entrar al cielo tenemos que hacer caso al mandamiento de Dios: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1.16). Ningún pecador entrará allá porque la Biblia dice que “no entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21.27). Sin la paz y la santidad “nadie verá al Señor” (Hebreos 12.14). El cielo es santo. La morada de Dios es eternamente santa.

3. Es una patria mejor (Hebreos 11.14–16)

Para mucha gente este mundo es la mejor patria. Esto lo sabemos por la importancia que ellos les dan a las cosas del mundo y el amor que le tienen. Pero los que por fe han visto el cielo saben que el mismo es la mejor patria que hay porque:

· “Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”, pasará; pero las cosas del cielo durarán eternamente (1 Juan 2.15–17).

· Aquí los tesoros están expuestos al peligro de la polilla, la oxidación y los ladrones. Allá en el cielo están seguros. Los mismos durarán y serán preservados eternamente (Mateo 6.19–20).

· Aquí toda carne, como la hierba, se seca; allá viviremos para siempre (1 Pedro 1.24; 1 Corintios 15.54; Apocalipsis 21.4).

· Aquí tenemos enfermedades, tristezas, dolores, frustraciones y muerte. En el cielo no habrá enfermedad ni dolor ni muerte, y toda lágrima será enjugada eternamente (Apocalipsis 21.4).

· Aquí los pobres son oprimidos. Por todos lados hay asesinato, guerras, disolución, orgullo y corrupción; allá tales cosas no se conocen (Apocalipsis 7.16–17; 21; 22).

4. Es un lugar de “muchas moradas” (Juan 14.2)

De la manera que Dios provee para el bienestar de su pueblo aquí, así también lo hará en el mundo venidero. La pregunta no es, ¿ha preparado Dios una morada allá? La pregunta debe ser: ¿Acaso estamos nosotros preparados para vivir allá?

5. Es un “granero” (Mateo 3.12)

Dios “recogerá su trigo en el granero”. Esto quiere decir que Dios enviará a sus segadores (Mateo 13.39) a traer las gavillas. Él echará la cizaña al fuego, pero recogerá su trigo en el granero. Todas estas palabras son simbólicas, pero no son difíciles de entender.

6. Es un lugar donde hay placeres eternos

Los mundanos se entregan a la locura de los placeres. Sin embargo, los placeres mundanos sólo duran poco tiempo y terminan en miseria y desilusión. Y los que se entregan a ellos serán condenados al infierno. Mas los cristianos estarán en la presencia del Rey en la gloria y participarán de placeres eternos. “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mateo 5.12).

7. Es un lugar de verdadera pureza y lleno de gloria

El pecado no será admitido en el cielo. La Biblia dice que “los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira” (Apocalipsis 22.15). “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Apocalipsis 21.8). ¿Quién puede comprender la profundidad de la santidad y la pureza del cielo? Allí los hijos redimidos de Dios estarán libres de la presencia de todo pecado, tentación y corrupción. La gloria que experimentaremos allá es más de lo que la lengua humana puede describir. Hace más de dos mil años apareció una multitud de las huestes celestiales proclamando la gloria de Dios, diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2.14). Los santos y los ángeles de Dios todavía proclaman esta gloria. En nuestros días miramos más allá de este mundo de lágrimas, y con el ojo de la fe vemos al Rey en su trono rodeado por una multitud innumerable de santos y ángeles. Allí esperamos ver la gloria que envuelve el trono de Dios. Anhelamos contemplar la majestad, el poder, la bondad, la pureza, la sabiduría y el dominio del omnipotente Rey de reyes y Señor de señores. Uniremos nuestras voces a las de los santos de Dios y a los innumerables ángeles, adorando y glorificando el santo y altísimo nombre de Dios. Cantaremos el himno de la redención eterna. Disfrutaremos el espacio sin límite, la hermosura inexplicable, la pureza incomparable y la felicidad perfecta del cielo. Nos regocijaremos en la luz celestial que brilla más que el sol del mediodía, la luz que viene por medio del Cordero (Apocalipsis 21.23).

Cómo llegar al cielo

Sólo los que hacen lo que Dios manda pueden llegar al cielo. Los que toman su propio camino nunca llegarán allá. Entramos al reino celestial por medio de:

1. La inocencia

Jesús dijo que los niños son aptos para entrar en el reino de los cielos (Mateo 18.1–3, 10; 19.14). Los niños son inocentes. Los “niños” de Dios son también todas aquellas personas que han sido lavadas por medio de la sangre de Jesús; ellos son inocentes. Por eso pueden entrar al reino celestial.

2. El nuevo nacimiento

“El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3.3). Nadie puede entrar al cielo sin ser un hijo de Dios. Es necesario nacer de nuevo. “En Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación” (Gálatas 6.15).

3. El camino, Cristo

Cualquiera que se arrepiente de todos sus pecados y los abandona puede entrar al cielo por medio del Señor Jesucristo, quien sufrió en la cruz. Él es “la puerta” (Juan 10.7) por la cual entramos (Hechos 4.12). Cuando Tomás preguntó: “¿Cómo, pues, podemos saber el camino?” Jesús le respondió: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14.5–6). Cristo Jesús “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios 1.30).

4. La “puerta estrecha” (Mateo 7.13–14)

Cristo nos amonesta de la siguiente manera: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7.13–14). Lucas 13.24 dice: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán”. Cristo les advirtió a sus discípulos acerca de las enseñanzas de los falsos profetas. Ellos engañan a muchos de modo que viajan por el camino espacioso donde pueden llevar consigo su orgullo, lujuria, codicia, diversiones, falsedad, egoísmo y cosas semejantes. El camino angosto es demasiado angosto para admitir cualquiera de estos pecados. Sin embargo, es suficientemente ancho para todo ser humano que quiere seguir a Dios. El camino al cielo es tan ancho como la verdad; ni más ancho, ni más angosto. ¡Cuánto debemos procurar saber la verdad y obedecerla por completo!

5. La santidad

“Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él” (Isaías 35.8). Si no estamos en el Camino de Santidad cuando la muerte nos alcance, en la eternidad estaremos fuera del cielo. Sólo la gente santa puede caminar en el camino santo. “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1.7). Los que andan por este camino verán al Señor (Hebreos 12.14).

Los habitantes del cielo

1. Dios

Dios está en el cielo; él estará allí eternamente con poder y gloria (Salmo 11.4; 1 Reyes 8.27, 30; Mateo 11.25). El cielo es el trono de Dios Padre, y él llena el cielo y la tierra (Jeremías 23.24). Cristo entró en el cielo (Hechos 3.20–21) donde él es Todopoderoso (Mateo 28.18). La presencia y el poder de Dios en su totalidad es lo que hace que el cielo sea un lugar de gloria y felicidad infinita.

2. Los ángeles

Los ángeles están en el cielo (Mateo 18.10; 24.36). Cuando los santos lleguemos al cielo, allí conoceremos a aquellos que en esta vida nos fueron “espíritus ministradores” (Hebreos 1.14).

3. Los santos

Los santos también estarán allá. Esto incluye a todos los niños inocentes. También comprende a los cristianos que por la fe en nuestro Señor Jesucristo experimentaron el nuevo nacimiento y fueron hechos “herederos de la salvación” (Hebreos 1.14). Los espíritus de los santos que ya murieron en el Señor están ahora en la presencia de Dios. Cristo traerá consigo a éstos cuando venga por su esposa, la iglesia. Ellos y todos los justos que aún vivan serán vestidos con cuerpos glorificados. Juntos recibirán al Señor en el aire (1 Tesalonicenses 4.14–18) y estarán siempre con él. “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento (...) como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12.3). Esto debe animar a todos los santos en la tierra a ganar otras almas para Dios.

Conclusión

1. Sólo tenemos un conocimiento limitado del cielo

“Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Corintios 13.12). La Biblia describe cómo serán algunas cosas en el cielo. Pero hay muchas cosas de las que no sabemos nada, pues a Dios no le ha agradado revelárnoslas ahora. Eso no debe ser motivo de desánimo. Más bien debe animarnos a estudiar la Biblia más para conocer a fondo las cosas que Dios nos revela en ella. También debe servirnos de ánimo saber que Dios nos tiene preparado algo mucho más bello de lo que nosotros podemos comprender. Hay personas que les encanta hacer preguntas acerca de cosas que no se pueden contestar con la Biblia. Tales preguntas son de muy poca importancia. Pero sí hay algunas preguntas que son importantísimas, como por ejemplo: “Si Cristo viniera ahora, ¿estaría listo para irme con él?”

2. Anhelamos la eternidad en el cielo

Nosotros, quienes por experiencia personal sabemos lo que significa ser salvos del pecado y ser adoptados en la familia de Dios, nos conmovemos al pensar en la eternidad en el cielo. Quedamos maravillados ante la gracia de Dios que nos hace herederos de la gloria. Esperamos con anhelo pasar las edades sin fin en la presencia de Dios en comunión con los santos y los ángeles. Allí experimentaremos la plenitud de felicidad y gloria. No habrá lágrimas ni tristezas. Al meditar sobre estas cosas oramos a Dios que nos dé oportunidad de enseñarles a muchos el camino al cielo. Anhelamos la hora en que podamos ir al cielo, pero mientras tanto queremos hacer todo lo posible para que otros lleguen allí también.

¡Eternidad, eternidad, eternidad! La hora indica que debemos prepararnos para estar en el reino bendito donde “los impíos dejan de perturbar, y allí descansan los de agotadas fuerzas” (Job 3.17).

Ya que la eternidad es tan gloriosa para los hijos de Dios podemos entender por qué los patriarcas se enfocaron en el cielo y buscaron “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios (...) confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (Hebreos 11.10, 13). También entendemos por qué los apóstoles glorificaron a Dios con tanto gozo y fervor. Y, además, por qué exhortaron a otros a estar firmes y fieles en el camino de Dios. Ellos hicieron todo esto porque por fe veían las cosas maravillosas que Dios ha preparado para los que lo aman. Nosotros también esperamos la “manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2.13), quien vendrá para llevarse a los suyos para estar con él eternamente.

Ya casi a punto de culminar con el último capítulo de este libro nuestra sincera oración es que la esperanza del cielo nos impulse a llevar el evangelio de la salvación eterna a todos los confines de la tierra. Entonces, teniendo el cielo como nuestra meta, cantemos todos juntos:

Leemos de un sitio en el cielo
Do el alma limpiada estará.
Nos dice el Señor en la Biblia:
¡Qué bella la gloria será!

No habrá el dolor ni tristeza,
Mas gozo perfecto habrá.
La luz del Señor siempre brilla:
¡Qué bella la gloria será!

Las aguas de vida allá fluyen,
Librando al que tomará.
Las joyas cuán resplandecientes:
¡Qué bella la gloria será!

Se oyen angélicos cantos
Al lado del mar de cristal.
Resuenan los ecos hermosos:
¡Qué bella la gloria será!

¡Qué bella la gloria será!
Hogar de los salvos allá.
Cuán dulce descanso del alma:
¡Qué bella la gloria será!



Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com



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