CAPÍTULO 14
La Biblia
“Toda la
escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo
3.16–17).
La Biblia
es el único libro dado por revelación directa de Dios al hombre. La palabra
“Biblia” se deriva del griego biblos, que significa “libro”. La Biblia es
nuestro libro sagrado porque no hay ningún otro que tenga tal autoridad o autor
semejante.
La inspiración de
la Biblia
Creemos en
la inspiración verbal de la Biblia. Es decir, el Espíritu Santo guió a
hombres santos a que escribieran cada palabra que aparece en los escritos
originales. Aunque se puede notar características personales en el estilo de los
escritores, sus voluntades estaban completamente bajo el control del Espíritu
Santo. Los escritores no escribieron ni una sola palabra por motivos propios (2
Pedro 1.20–21).
Creemos
también en la inspiración plenaria de la Biblia. Esto quiere decir que
toda la Biblia, desde el principio hasta el fin, fue dada por inspiración
verbal.
La Biblia
no explica detalladamente cómo los escritores recibieron la inspiración del
Espíritu Santo. Pero nos dice que debemos reverenciar las palabras que
escribieron. “Si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios
quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que
están escritas en este libro” (Apocalipsis 22.19).
En Gálatas
3.16, Pablo nos da a entender en su escrito la importancia de analizar hasta la
más mínima letra en las escrituras. Él explica que la promesa de Dios a Abraham
(Génesis 13) “no dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino
como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3.16). Si Dios
hubiera dicho “simientes” se hubiera referido a los hijos de Abraham,
pero porque dijo “simiente” sabemos que se refirió a Jesucristo. En este
caso podemos observar cómo de una sola letra depende una doctrina cristiana muy
importante. Con razón Cristo dio tanto énfasis en la importancia de cada jota y
cada tilde de la ley (Mateo 5.18).
Algunos se
han preguntado: “¿Por qué la personalidad y el estilo de los escritores se hace
tan evidente si la Biblia no es escritura de hombres, sino de Dios?” Vamos a
ilustrar nuestra respuesta con un breve ejemplo: Usted pasa frente a una casa
que ha sido pintada recientemente de muchos colores. Entonces pregunta:
“¿Cuántos pintores trabajaron en esa casa?” “Solo uno”, le contestan. “¿Pero,
por qué tantos colores si fue sólo un pintor?” “Pues, no es difícil
explicárselo; este pintor mezcló sus pinturas y produjo muchos colores para así
pintar la casa a su gusto.” ¿Acaso esto no le da a usted una idea en cuanto a
ese Gran Autor del libro divino que escogió muchas personalidades para expresar
su mensaje? De esta forma este libro divino es más útil y más adecuado para
suplir las necesidades de las personas que lo leen. Puesto que una parte de la
Biblia está escrita en el lenguaje de Moisés, otra en el de Pablo y otras en los
de otros escritores muestra que Dios usó al hombre para escribir su mensaje y no
solamente a su pluma. Todos estos “santos hombres de Dios hablaron siendo
inspirados por el Espíritu Santo”.
La Biblia
es auténtica en su materia, autoritaria en sus mandamientos, sin error en sus
escritos originales y también la única regla infalible de fe y práctica (2
Samuel 23.2; Salmo 12.6; 139.7–12; 2 Timoteo 3.16–17).
1.
Las escrituras del Antiguo Testamento son
inspiradas por Dios
Pablo se
refiere a las escrituras del Antiguo Testamento cuando dice: “Toda la Escritura
es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3.16). Pedro aclara que los escritos son
inspirados porque los escritores fueron inspirados por Dios. Él dijo que
“ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la
profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios
hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1.20–21). Existen
muchas declaraciones que demuestran que las escrituras del Antiguo Testamento
fueron inspiradas por Dios. En varias ocasiones en el Antiguo Testamento
encontramos expresiones tales como: “Jehová el Señor dice así” y “Así ha dicho
Jehová”. De igual forma “vino esta palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: Toma
un rollo del libro, y escribe en él todas las palabras que te he hablado contra
Israel” (Jeremías 36.1–2). De la misma manera el Señor vino a Ezequiel
diciéndole que hablara a los hijos de Israel, diciendo: “Les hablarás, pues, mis
palabras” (Ezequiel 2.7). Existen muchas expresiones semejantes en toda la
Biblia.
Los
escritores del Nuevo Testamento entendieron que las escrituras del Antiguo
Testamento eran el mensaje de Dios hablado por medio de sus siervos. En el
momento de escoger a Matías para el apostolado, Pedro citó la escritura,
diciendo: “El Espíritu Santo habló antes por boca de David” (Hechos 1.16). El
libro de Hebreos comienza con estas palabras: “Dios, habiendo hablado muchas
veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos
postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1.1–2).
2.
Las escrituras del Nuevo
Testamento son inspiradas por Dios
En lo
concerniente a la inspiración de las escrituras del Nuevo Testamento las mismas
son tan enfáticas y firmes como las del Antiguo Testamento. Pablo, escribiendo a
los corintios, dice: “hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana,
sino con las que enseña el Espíritu” (1 Corintios 2.13). Más adelante en la
misma epístola él dice: “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que
lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Corintios 14.37). Esta
declaración concuerda con lo que el Señor le había dicho a Ananías acerca de
Pablo, como se nota en Hechos 9.15. Pablo también les escribe a los
tesalonicenses diciéndoles: “Cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis
de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad,
la palabra de Dios. (...) Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor” (1
Tesalonicenses 2.13; 4.15).
Los
apóstoles advirtieron contra las falsificaciones de la palabra de Dios. Ellos
aceptaron como genuino los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las
epístolas de Pablo, Santiago, Pedro, Juan y Judas, y el Apocalipsis. (Lea
Gálatas 1.8–9; 2 Pedro 3.15–16; 2 Juan 7–10; Judas 3; Apocalipsis
22.18–19.)
La Biblia
llega a nosotros con una declaración imponente e inflexible que no es un libro
hecho por hombres, sino un libro cuyo Autor real y único es el Dios vivo y
eterno.
3.
Dios usó a hombres
imperfectos para llevar un mensaje perfecto al mundo
La Biblia
habla de las faltas de Moisés, de Pedro, de Pablo, de Juan y de otros escritores
de la misma. Pero ninguna de estas imperfecciones, aunque reveladas en la
palabra inspirada, alteran en alguna manera el valor o la perfección del mensaje
divino.
En
ocasiones Dios mandó a los profetas a declarar profecías que ellos mismos no
entendieron. Por ejemplo, vea la perplejidad de Daniel cuando el Señor puso la
última profecía en su boca (Daniel 12.4–8). Entonces vuelva a 1 Pedro 1.10–11
para que vea un testimonio que muestra que los profetas no entendieron todo lo
que profetizaron. Esto demuestra que mientras Dios obraba por medio de hombres
imperfectos, él trajo por medio de ellos un mensaje perfecto al
mundo.
Evidencias de la
inspiración divina
A
continuación presentamos algunas de las evidencias principales que demuestran
que la Biblia fue inspirada por Dios mismo.
1.
El cumplimiento de la
profecía
Entre los
datos más sobresalientes que tenemos en el Antiguo Testamento aparecen más de
trescientas profecías que se refieren al Mesías. Cada una de estas profecías se
cumplió al pie de la letra en la persona de Jesús, el Cristo. Los profetas
predijeron que él sería de la tribu de Judá (Génesis 49.10); que había de nacer
de una virgen (Isaías 7.14); que nacería en Belén de Judea (Miqueas 5.2); que
sería llamado de Egipto (Oseas 11.1; Mateo 2.15); que se enviaría un mensajero
delante de él (Isaías 40.3; Malaquías 3.l); que enseñaría por parábolas (Salmo
78.2); que sería paciente a la hora de la prueba y la tribulación (Isaías 53);
que sería vendido por treinta piezas de plata (Zacarías 11.12–13) con las cuales
se compraría el campo del alfarero. En fin, todas estas profecías fueron
cumplidas, además de muchas otras más que no podrían haber sido predichas por
sabiduría humana ni nadie las hubiera podido adivinar. Muchas de estas profecías
podrían haber parecido improbables e increíbles en el tiempo en que se
profetizaron.
La profecía
de Daniel en la visión de las cuatro bestias (Daniel 7), junto con la
interpretación de esta visión, nos da una descripción exacta de lo que pasó
después en la historia de las naciones, y pueda que algunos elementos de las
mismas se refieran a lo que está aconteciendo en el mundo
actual.
Los
profetas no solamente predijeron las destrucciones de las ciudades y las
naciones de aquel entonces, sino que también describieron algunos de los
detalles de dichas destrucciones. Y así ha sucedido. Hasta la historia secular
de los pueblos ha archivado el cumplimiento de algunas de estas profecías como
hechos verídicos.
Por
ejemplo, Ezequiel profetizó contra Tiro (Ezequiel 26.4–12), que llegó a ser el
orgullo de los mercaderes y la envidia de las naciones en aquella época. Estas
profecías se cumplieron en los días de Alejandro, cuando toda la ciudad llegó a
ser una gran ruina.
La
desolación de Egipto sucedió siglos después de la profecía tal y como está
descrita en Ezequiel 29–30. La historia secular confirma de manera detallada las
profecías de Ezequiel en cuanto a lo que ocurrió en Egipto. La profecía es
historia escrita de antemano. Esto se verifica en el cumplimiento de las
profecías acerca de la desolación de Babilonia, Siria, Medo-Persia, Grecia,
Roma, Cartago y otras naciones. La desolación y la destrucción completa de
Jerusalén, predicha por Cristo, y la dispersión de los judíos entre las naciones
de la tierra, predicha por los profetas, se presentan en los escritos de Josefo
y se confirman en la historia de los judíos.
Esto
comprueba que estas profecías no podían ser el resultado de la sabiduría humana.
Sería una locura tan sólo suponer que las mismas fueron nada más que
suposiciones y opiniones humanas. Cada una de estas profecías prueba que la
Biblia fue escrita por hombres que fueron guiados por una mente infinita, por el
Dios del cielo y de la tierra, que ve y conoce todas las cosas antes de que
sucedan.
2.
La unidad de la
Biblia
La Biblia
se compone de sesenta y seis libros que fueron escritos aproximadamente durante
un período de quince siglos. Fue escrita por alrededor de cuarenta escritores
quienes ocupaban diferentes puestos, desde el rey sobre el trono hasta el
cautivo en tierra pagana; desde Moisés y Pablo que fueron hombres muy bien
educados hasta Pedro y Juan que fueron “hombres sin letras y del vulgo” (Hechos
4.13). La misma fue escrita antes, durante y después que Israel se convirtió en
una nación. Pero a pesar de todo lo expuesto existe una armonía bella e
impresionante que prueba la presencia de la mente de un Maestro que inspiró a
todos estos escritores. En otras palabras: “Nunca la profecía fue traída por
voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados
por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1.21).
3.
Su preservación a través de
las edades
Ningún
libro jamás ha sido puesto a pruebas tan severas como la Biblia. Aunque los
judíos fueron llevados a tierras paganas llevaron consigo las escrituras y las
preservaron allá. A través de los años muchos falsos profetas han imitado tan
ingeniosamente las escrituras que la gente difícilmente ha podido distinguir
entre la palabra inspirada de Dios y la palabra falsa de los falsos profetas.
Durante los primeros siglos de la era cristiana se hicieron muchos esfuerzos
para acabar con esta “secta” que floreció después de la crucifixión de Jesús.
Por toda la historia de los siglos se han hecho esfuerzos para suprimir el
mensaje de la Biblia utilizando el fuego, la espada y muchos otros métodos. Sin
embargo, la palabra de Dios vive. En toda generación han existido hombres que,
llenos del orgullo a causa de sus intelectos y conocimientos, enseñaron a la
gente que la Biblia debía creerse en su totalidad solamente por los ignorantes y
los supersticiosos. Pero a pesar de todas estas oposiciones este libro antiguo
aún permanece. En la actualidad este libro tan maravilloso es más popular que
cualquier otro libro que jamás se haya impreso. En realidad, la Biblia es y será
la misma siempre.
4.
Su
integridad
La Biblia
es el único libro que nunca ha tenido que cambiar su mensaje a causa de los
avances de la ciencia. No es un libro de ciencia; sin embargo, todo lo que dice
es científicamente correcto. Esto no se puede decir de cualquier otro libro o
tratado jamás escrito. Los naturalistas, astrónomos, geólogos, historiadores y
hombres de renombre han enseñando cosas que posteriormente han resultado ser
erróneas. Las teorías de los hombres han sido revocadas, o al menos
extremadamente cambiadas, en cuanto a los principios de la luz, la naturaleza,
la forma de la tierra, el período glacial, la geología, la estructura del
cuerpo, las enfermedades, las leyes de la salud y todo campo de la ciencia. La
Biblia concuerda completamente con lo que el hombre ha observado de la
naturaleza. Es el único libro que es total y eternamente verdadero. Es cierto
que muchos han citado de la Biblia para apoyar sus teorías erróneas, pero la
Biblia no enseña ninguna falsedad y nunca la ha enseñado. Sin embargo, no es
extraño que hayan citado así de la Biblia para apoyar sus teorías falsas, pues
el diablo mismo es experto en citar la escritura para darle vida a sus
falsedades (Génesis 3.1–6; Mateo 4.1–11).
A
continuación citaremos una parte de los escritos de I. M.
Haldeman:
En menos de diez
años un texto ya es anticuado, una enciclopedia pierde su valor, una biblioteca
es un cementerio de libros muertos e ideas sin vidas; mas este libro sigue
viviendo. La ciencia se ha reído del mismo, en vano. En el siglo dieciocho
Voltaire dijo: “Dentro de cincuenta años el mundo no oirá más de la Biblia”. Los
eruditos seculares la han declarado anticuada y muerta. Muchas veces se han
efectuado servicios fúnebres para enterrar la Biblia que ellos creen que ha
muerto... y, ¡he aquí!, mucho antes que los críticos hayan vuelto a sus casas,
la Biblia ha resucitado de la muerte, se ha adelantado al cortejo fúnebre con
una rapidez sorprendente, y se halla, como antes, en el mismo centro de la vida
de muchas personas y de la sociedad misma. Allí sigue dando voces tronantes
contra la maldad, revelando los secretos del corazón, ofreciendo consuelo a los
que están de luto y esperanza a los moribundos, y continúa emitiendo de cada una
de sus páginas las maravillas del futuro.
—De Cristo, la cristiandad y la
Biblia, páginas 151–152.
5.
El efecto en sus
lectores
El efecto que la Biblia ejerce sobre
los que la leen también nos enseña que la misma es inspirada por Dios y que a la
vez tiene cualidades sobrenaturales. La Biblia es luz en cualquier parte que es
leída porque revela a Cristo, la luz del mundo. Dondequiera que la gente cree en
ella y la obedece trae cambios en la pureza, la educación, la cultura, el
desarrollo y en todo lo que contribuye a la felicidad moral y espiritual del
alma. No es que la lectura de la Biblia en sí cambie automáticamente el corazón,
pero sí le enseña al pecador cómo llegar a Cristo quien sí puede cambiar el
corazón.
Mientras más la persona se rinde a
Cristo por su mensaje en la Biblia, más ordenada y virtuosa será la vida de esa
persona. Además, esto hará que en sus prójimos también se observen efectos
positivos. Por ejemplo, incluso los incrédulos muchas veces son más cuidadosos a
la hora de expresarse cuando hay cristianos presentes.
Se ha demostrado que mientras más las
leyes de las naciones sigan los principios bíblicos, más benditas serán esas
naciones. Esto demuestra la validez de los principios
bíblicos.
Concluimos
que la Biblia:
· Es la
palabra de Dios, dada por inspiración divina
· Es el
único libro dado como revelación directa de Dios al hombre
· Es
infalible, digna de confianza absoluta
¿Por qué
este honor a la Biblia? No puede haber más que una respuesta: porque es la
palabra de Dios. Sobre cada página de este libro maravilloso se puede encontrar
la huella divina de su autor.
Cómo recibimos
nuestra Biblia
La Biblia
se divide en sesenta y seis libros distintos. De ellos treinta y nueve
pertenecen al Antiguo Testamento y veintisiete al Nuevo Testamento. Estos libros
nos ofrecen una historia íntegra que sería incompleta si faltara uno de ellos.
Muchos creen que el libro de Job es el más antiguo de todos los libros de la
Biblia. Le sigue, cronológicamente, el Pentateuco (los primeros cinco libros del
Antiguo Testamento), escrito por Moisés; después se escribieron los otros libros
históricos, poéticos y proféticos. El Antiguo Testamento fue escrito por reyes,
jueces y profetas. Los libros que lo componen fueron compilados en los días de
Esdras y Nehemías. El interés por estas escrituras fue tan grande que las mismas
se tradujeron al griego más de tres siglos antes de Jesucristo. La versión
griega más célebre fue la de los setenta (la Septuaginta) que fue traducida
alrededor del año 250 a.c. por los
eruditos de Alejandría.
Los
discípulos de Jesús escribieron acerca de la vida y las enseñanzas de él en
cuatro libros que conocemos como “los evangelios”. Las actividades de los
apóstoles después de la crucifixión de Jesús se compilaron en un libro que
llamamos los “Hechos de los apóstoles”. Estos libros junto a las “epístolas” y
el último libro al que llamamos “Apocalipsis” son los que componen el Nuevo
Testamento. La mayoría de estos libros se reconocieron como escritos sagrados en
los primeros 200 años de la historia de la iglesia cristiana.
La Biblia
completa ha sido traducida en muchos idiomas. Así la palabra de Dios ha
alcanzado a los pueblos de muchos países. Existen evidencias que demuestran que
algunas partes de la Biblia fueron traducidas al español a fines del siglo doce
y principios del trece. En el año 1569, Casiodoro de Reina, un español que tuvo
que huir de España a causa de su fe, publicó la primera versión completa en
español. Casiodoro la tradujo de las lenguas originales y la publicó en Basilea,
Suiza. Su versión fue conocida como la Biblia del Oso porque en su
portada aparece un oso que se ve comiendo miel de una colmena, representando así
el deleite con que el creyente recibe la palabra. Se dice que la gran mayoría de
los ejemplares de la primera impresión de 2.600 fueron quemados por orden de la
Inquisición. Un amigo español de Casiodoro, Cipriano de Valera, revisó la
Biblia del Oso y publicó su versión en 1602. Él también tuvo que huir de
España a causa de la persecución y pasó la mayor parte de su vida en Inglaterra.
La obra de los señores Reina y Valera, la versión Reina-Valera, en sus varias
revisiones a través de los siglos ha sido la favorita de los evangélicos de
habla español.
En
ocasiones surge la pregunta: “¿Cómo podemos saber que nuestra Biblia es igual a
la primera que usaron los cristianos en aquel tiempo?” Aunque los manuscritos
originales ya no existen, hay suficiente evidencia en los escritos de los
escritores antes del concilio de Nicea para calmar cualquier duda respecto a la
autenticidad de la Biblia. En esta lista de los escritores de la iglesia
primitiva están Clemente y Policarpo, quienes vivieron en el tiempo de los
apóstoles y conocieron personalmente a algunos de ellos. Existen miles de
reproducciones de varias partes de las escrituras que fueron escritas a mano y
que datan desde el siglo cuarto hasta el decimoquinto. Después de este tiempo
han existido varias reproducciones impresas hasta la actualidad. No hay duda de
que tenemos el mismo evangelio que se predicaba en los días de los apóstoles y
el mismo mensaje que fue compilado en el primer canon del Nuevo
Testamento.
Los escritos
apócrifos
Junto con
los sesenta y seis libros que finalmente se incorporaron en el canon sagrado
también aparecen otros escritos los cuales muchas personas han considerado
dignos de tener un lugar entre los libros canónicos. La mayoría de estas obras
fueron escritas en el período entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.
Los mismos forman un vínculo histórico y presentan muchos datos de interés al
que estudia la Biblia. Sin embargo, los mismos carecen de evidencias que
demuestran que fueron inspirados por Dios.
La ley y el
evangelio
En la
Biblia se nos presenta la ley levítica en la historia antigua de la nación de
Israel. Era la voluntad de Dios que la nación tuviera una ley escrita que
gobernara a sus ciudadanos. Dios les dio la ley levítica en el Monte Sinaí
(Éxodo 19.) Esta ley estuvo vigente hasta el tiempo de Cristo (Mateo 5.17–20;
Juan 1.17; Colosenses 2.6–17).
La ley
suprema para el pueblo de Dios en el antiguo pacto fue la ley levítica, y en el
nuevo pacto es el evangelio de Cristo. Existe una armonía y una unidad perfecta
entre estas dos leyes. Ambas dependen la una de la otra. Todos los sacrificios y
las ceremonias bajo la ley eran solamente sombras de Cristo y no habrían servido
para nada si no hubieran sido cumplidos en Cristo. Él, “con una sola ofrenda
hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10.14). Por otra parte,
“la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo” (Gálatas 3.24). La ley de
Moisés mostró a los israelitas cuan pecaminosos eran y la eficacia de la sangre
para borrar los pecados. Les preparó para recibir a Cristo. Cuando él vino, la
ley había cumplido su obra. Sus sacrificios ya no tuvieron valor y la palabra de
Cristo tomó el lugar que ocupaban aquellas normas. El Nuevo Testamento es la ley
que ahora está vigente y que rige en nuestras vidas. Esa ley es la regla por la
cual la iglesia bíblica es gobernada.
¿Acaso Dios
cambia? No. “Yo Jehová no cambio” (Malaquías 3.6). ¿Cambia su ley? Sí y no. Los
principios de la verdad eterna fueron expresados tanto por la ley así como por
el evangelio; los dos forman parte de la misma palabra de Dios. Pero Dios, en su
sabiduría infinita, aplica sus principios eternos a las condiciones de cada
época.
¿Acaso el
padre cambia de opinión en el diálogo que presentamos a
continuación?
Un hijo se
acerca a su padre un día y le dice:
—Papá,
¿puedo ir a la ciudad?
—No —le
responde el padre del muchacho.
Al día
siguiente viene el hijo nuevamente y le pregunta a su padre:
—Papá,
¿puedo ir a la ciudad?
—Sí —dice
el padre.
¿Acaso el
padre ha cambiado de opinión? No, pero las condiciones han cambiado y por eso el
padre lo dejó ir, aunque ayer no se lo permitió.
De igual
manera Dios ha dado leyes en el nuevo pacto que no están conforme a las del
antiguo pacto. No porque él ni su verdad hayan cambiado, sino porque las
condiciones han cambiado. Dios aplica la verdad eterna a las condiciones
existentes de cada época. En cuanto a este punto Jorge R. Brunk dice lo
siguiente:
1.
Dios ha dado dos pactos distintos, el Antiguo y el Nuevo Testamento (Hebreos
8.6–10).
2.
En vista de que algunas condiciones han cambiado, Dios en su misericordia
prohíbe en el Nuevo Testamento algunas cosas que ordenó en el Antiguo Testamento
(Mateo 5.38–39; Éxodo 21.23–25; Jeremías 31.31–32; Hebreos
7.12).
3.
El Antiguo Testamento era la norma de vida de Israel hasta la muerte de Cristo
en la cruz del Calvario (Gálatas 3.23–25; Efesios 2.14–15; Colosenses 2.14).
Cuando Jesús murió, la ley terminó su objetivo de revelar a Cristo y preparar a
un pueblo para recibirle.
4.
El Antiguo Testamento fue quitado para que el Nuevo Testamento fuera establecido
como la única norma vigente para el cristiano (Hebreos 10.9–10; Gálatas
1.8–9).
5.
El Nuevo Testamento es ahora la norma para la conducta del cristiano hasta la
segunda venida de Cristo (2 Corintios 3.6; 2 Tesalonicenses
1.7–8).
6.
El cristiano debe tener al Antiguo Testamento como una mina rica en instrucción
y como algo muy esencial para la comprensión adecuada del Nuevo Testamento (1
Corintios 10.6, 11; Gálatas 3.24–25).
7.
Aquellos que persisten en promulgar la doctrina del Antiguo Testamento, en lugar
de las enseñanzas del Nuevo Testamento, trastornan las almas de los oyentes
(Hechos 15.24; Tito 1.9–11).
—Doctrina bíblica, página 553
1.
Dos
representantes
Dios
autorizó un representante para cada uno de los dos pactos: Moisés para el
antiguo pacto y Jesucristo para el Nuevo Pacto. Respecto a Jesús de Nazaret,
Moisés dijo: “Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros
hermanos, como a mí; a él oiréis” (Hechos 7.37). El escritor a los Hebreos dice:
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”
(Hebreos 1.1–2). El Padre, hablando desde el cielo, deja bien claro que Cristo
es el portavoz autorizado para esta época cuando dijo: “Este es mi Hijo amado,
en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17.5). Hebreos 12.25 dice: “Mirad
que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al
que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que
amonesta desde los cielos.”
Este último
versículo aclara que en el tiempo del Antiguo Pacto el pueblo de Dios consideró
la ley de Moisés como su regla de vida, mientras que en nuestros tiempos miramos
al evangelio como nuestra ley suprema.
2.
Dos pactos
El escritor
a los Hebreos, comparando los dos pactos, dice: “Pero ahora tanto mejor
ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre
mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente
no se hubiera procurado lugar para el segundo. Porque reprendiéndolos dice: He
aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la
casa de Judá un nuevo pacto” (Hebreos 8.6–8).
En esta
escritura se encuentran dos expresiones muy notables: “mejor ministerio” y
“mejor pacto”. La primera se refiere a Cristo y a su obra comparada con Moisés y
la obra del sacerdocio levítico. Y no es difícil darse cuenta que es mejor el
ministerio de Cristo que el de Moisés. Pero, ¿qué hemos de decir respecto al
“mejor pacto”? ¿Acaso el antiguo pacto era imperfecto?
De ninguna
manera. “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”
(Romanos 7.12). No existe absolutamente ninguna falta ni ninguna imperfección en
la ley de Dios. La ley de Moisés, como el evangelio de Cristo, es la ley de
Dios. Se concibió en la mente de Dios y por eso es absolutamente perfecta. Pero
“era débil por la carne” (Romanos 8.3); o en otras palabras, nadie pudo
obedecerla perfectamente. “Por las obras de la ley ningún ser humano será
justificado” (Romanos 3.20). Por esa razón los judíos tuvieron que seguir
haciendo sacrificios diarios. De este modo la ley cumplía su propósito; mostró a
la gente que necesitaban algo que la ley no ofrecía. Necesitaban a
Cristo.
Además,
como los sacrificios bajo la ley no eran más que “la sombra de los bienes
venideros”, la ley “nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen
continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan” (Hebreos 10.l). En
otras palabras, la ley era perfecta, pero los sacrificios ofrecidos bajo ella
eran válidos solamente con relación a su cumplimiento en Cristo. Por esta razón,
el pacto de la gracia es mejor que el pacto de la ley y por eso se dice que el
primer pacto tenía defecto (Hebreos 8.7).
3.
La ley y la
gracia
Pablo
escribió a los gálatas diciéndoles: “La ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos
a Cristo” (Gálatas 3.24). La ley era correcta en su lugar, en su tiempo, para su
propósito; la ley era pura, justa, santa y perfecta. Pero la ley sirvió para su
propósito y se cumplió en Cristo al ser clavada en la cruz (Colosenses 2.14). De
manera que hoy ya no estamos bajo la ley, sino bajo el evangelio de Cristo.
Ahora miramos a Cristo como nuestro Salvador y Redentor, nuestro Legislador y
Autoridad Suprema. Ya no buscamos en la ley de Moisés para discernir la voluntad
del Señor respecto a nosotros, sino buscamos en el evangelio de
Jesucristo.
Juan nos
reveló algo importante cuando dijo: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1.17). El primero
es símbolo de la justicia y el poder de Dios, el otro es símbolo de su
misericordia y de su gracia. Bajo el primer pacto el sello era por medio de la
sangre de animales; bajo el segundo, por medio de la sangre de Jesucristo,
“inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13.8).
Una de las
distinciones más notables entre la ley y el evangelio es la manera de tratar con
los transgresores. El período de tiempo en que regía la ley era una época de
justicia. La justicia exigió la muerte de la generación rebelde que no quiso
entrar en Canaán, el apedreamiento de Acán, la muerte de Uza (2 Samuel 6.6–7) y
el cautiverio de Israel y Judá por su infidelidad. Pero en Cristo Dios mostró su
misericordia. Él vino para salvar, no para condenar. En nuestra época se ve la
misericordia de Dios en medio de la gran iniquidad que hay en el mundo. Además,
conocemos personalmente su misericordia por medio del perdón que nos ofrece por
nuestras faltas y pecados.
Pero no
piense el hombre que Dios tratará con menos severidad a los de su pueblo de esta
época que de la forma que trató a los hombres del tiempo pasado. Los tratos de
Dios con su pueblo en aquel tiempo fueron diseñados como un ejemplo para
nosotros (1 Corintios 10.6, 11) a fin de que la gracia de Dios no nos fuera dada
en vano. Hoy a nosotros se nos amonesta enfáticamente que los que rechazan la
gracia de Dios sufrirán su ira en la eternidad (2 Tesalonicenses 1.7–9; Hebreos
12.25).
El tema
central del Antiguo Testamento es la ley y se compone de treinta y nueve libros.
El tema central del Nuevo Testamento es el evangelio y se compone de veintisiete
libros. La suma de estos libros completa el mensaje perfecto de Dios al hombre.
Esto es lo que llamamos el canon sagrado de las sagradas escrituras: la
Biblia.
Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com/doct14 (PUNTO) htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario