Capítulo 47
La adoración
“Venid,
adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor” (Salmo
95.6).
Adoramos
a Dios cuando postramos ante él nuestra voluntad y todo nuestro ser con
reverencia, admiración y respeto profundo. Tales cosas como la oración, la
alabanza, cantar, ofrendar y testificar por Cristo pertenecen a la
adoración.
La
adoración puede ser verdadera o falsa, dependiendo de nuestra sinceridad o del
objeto de nuestra adoración. Adorar a las criaturas que Dios creó en lugar de
adorar al Creador es idolatría.
Algunos hechos fundamentales
1.
Todos los hombres
adoran
Pablo
escribe acerca de los gentiles que no tienen la ley, pero que “hacen por
naturaleza lo que es de la ley” (Romanos 2.14). Todas las personas del mundo, ya
sean cristianas o paganas, adoran a algo o a alguien. Dios ha puesto algo dentro
del corazón de todo hombre para que aun los que están “muertos en delitos y
pecados” puedan escuchar la voz de Dios y ser resucitados espiritualmente (Juan
5.25). El deseo de adorar a algo o a alguien es universal. La mayoría de la
gente tiene corrompido este deseo, pero aun así el mismo permanece en el
interior de cada individuo. Hasta los hombres que consideran a la religión como
“superstición” son esclavos de alguna forma de idolatría. Ellos adoran ídolos
como el oro, el apetito, el placer, algún gran héroe o simplemente a sí
mismos.
2.
Sólo Dios merece nuestra
adoración
Cristo
dice: “Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Mateo
4.10).
Dios
prohíbe la idolatría. Él no nos permite adorar a dioses de madera o piedra,
ríos, el sol o la luna, las estrellas, ni cualquier criatura o cosa creada por
la imaginación de los hombres. Si seguimos nuestros propios deseos somos
idólatras (Filipenses 3.19; Colosenses 3.5). La palabra de Dios nos prohíbe
adorar a los hombres (Hechos 10.25–26; 14.10–15). Ni aun a los ángeles se les
debe adorar (Apocalipsis 22.8–9).
Dios es
el único que es digno de nuestra adoración. Él es el único Creador del cielo y
de la tierra, el único Ser Infinito y perfecto en todo. A él le pertenece toda
alabanza, gloria, adoración y reverencia. Adorémoslo en espíritu y en
verdad.
3.
“Los que le adoran, en
espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4.24).
Dios
desea que lo adoremos en espíritu. Cristo dijo lo siguiente acerca de los
fariseos: “En vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres”
(Mateo 15.9). El hecho mismo de que ellos prefirieron sus propias tradiciones a
los mandamientos de Dios mostró que no eran sinceros en su adoración. Note las
palabras: “espíritu” y “verdad”. Puede ser que estemos bien en la doctrina y
seamos muy precisos en nuestras formas de adoración, pero si no adoramos también
en espíritu entonces no adoramos realmente a Dios.
4.
Dios no nos obliga a adorarlo
ahora
Aunque
Dios nos manda a adorarlo por medio de su palabra, él no nos
obliga a hacerlo. El hecho de que la mayoría de las personas no lo adoran
sinceramente es evidencia de la verdad de que no nos es obligatorio. Ya que Dios
le ha concedido al hombre el libre albedrío, él puede hacer lo que le plazca en
este asunto. Josué dijo esto en su discurso de despedida: “Si mal os parece
servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis (...) pero yo y mi casa serviremos
a Jehová” (Josué 24.15). Nosotros tenemos el mismo privilegio en la actualidad.
Todos podemos adorar a Dios si elegimos hacerlo; de lo contrario, seremos
idólatras como la mayoría de la gente. No obstante, recordemos que un día toda
rodilla se doblará ante Jesús para la gloria de Dios Padre.
Hay otra
cosa que debemos recordar: Ya que Dios nos ha dado el libre albedrío, él también
nos hace responsables por lo que elijamos. O sea: si adoramos a Dios, moraremos
con él en la eternidad; si adoramos a los ídolos, pasaremos la eternidad con el
diablo. El cielo o el infierno será el resultado de lo que elijamos (Gálatas
6.7–8).
5.
Llevamos la imagen de lo que
adoramos
¿Por qué
los mahometanos tienen las características de Mahoma? ¿Por qué los mormones
tienen los rasgos característicos de José Smith y Brigham Young? Esto es porque
los seguidores de estas religiones estiman los ideales que ellos encuentran en
sus líderes. Por esto se vuelven más como ellos conforme van siguiendo sus
pisadas. Cualquiera que no ama a Dios menosprecia el cristianismo verdadero
porque estima los valores de su líder, el diablo, el dios de este siglo. Pero
los que amamos a Dios encontramos en él nuestro ideal: perfección, justicia,
santidad, pureza, esplendor y gloria celestial. Y mientras más tiempo lo
adoremos más perfectamente llevamos su imagen (Romanos 8.29; 2 Corintios 3.18;
Efesios 4.11–16; Colosenses 3.10).
Lea
Romanos 1.18–32. Desde el principio hasta el fin del capítulo usted puede
apreciar una representación de lo que hace la idolatría. Esto trae como
consecuencia que el idólatra siga un rumbo que desciende hasta las profundidades
de la iniquidad y la ruina. La historia del mundo en todos los siglos manifiesta
que mientras más arraigada sea la idolatría de la gente tanto más degenerada es.
Todas las tendencias de las costumbres idólatras conducen al infierno abierto
que será eternamente habitado por ellos y por todo humano que los sigue en su
corrupción e idolatría.
Por qué adorar a Dios
1.
¡Él es
digno!
El grande
y poderoso Dios es digno de nuestra adoración. Al reconocer su grandeza, lo
adoraremos sin reservas (1 Crónicas 29.10–13; Apocalipsis 4.8–11; 5.12–14;
7.11–12).
2.
Nos guarda de toda forma de
idolatría
La
adoración que a Dios le agrada es la que lo adora sólo a él. Dios ha declarado:
“Yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45.22). Cuando los israelitas adoraron al
becerro de oro en el desierto Dios rechazó su idolatría inmediatamente (Éxodo
32.1–29). El que adora a Dios en espíritu y en verdad es guardado de la
idolatría.
3.
Promueve la comunión con Dios
y con los santos
Cuando
nos congregamos para adorar como las escrituras nos mandan (Hebreos 10.25) y
cuando reconocemos que Cristo está en medio (Mateo 18.20) no sólo tenemos
comunión unos con otros, sino juntos podemos decir: “Nuestra comunión
verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1.3). Tal
comunión es sólo un gozo anticipado de la comunión que los santos de Dios
esperan en el cielo (Apocalipsis 7.9–12).
4.
Es esencial para ser
aceptados ante Dios
Escuchemos la advertencia de Moisés: “Mas si llegares a olvidarte
de Jehová tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a
ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis”
(Deuteronomio 8.19–20).
5.
Es esencial para una vida
santa y fructífera
La
pureza, la justicia, la santidad y todas las virtudes nobles del corazón y del
alma no pueden separarse de la adoración verdadera. El adorador verdadero
muestra una actitud de reverencia hacia Dios que deja una fuerte impresión en la
mente y el corazón de otros. Esta actitud de reverencia impulsa al adorador a
testificar por el Maestro con valentía. La lealtad y la devoción que están en el
corazón se manifiestan en oraciones fervientes, himnos inspirados y servicio
fiel. De esa manera habrá un compañerismo genuino con Dios y con los demás
santos. Existe, pues, una conexión íntima entre la adoración verdadera y la vida
santa. Recibimos poder cuando adoramos en Espíritu y en
verdad.
A Dios, el
Padre celestial,
Al Hijo,
nuestro Redentor;
Al eternal
Consolador,
Unidos todos
alabad.
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