CAPÍTULO 25
La redención
“En quien 
tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su 
gracia” (Efesios 1.7).
La palabra 
redimir significa “rescatar, librar y comprar de nuevo” (Levítico 
25.25–27; 1 Corintios 6.20; 7.23). Como algo empeñado puede ser redimido pagando 
la suma requerida de dinero, así el hombre, perdido en pecado y sin esperanza, 
por la gracia de Dios ha sido redimido por la sangre del 
Cordero.
En el 
Antiguo Testamento Dios dijo a los israelitas que los primogénitos machos le 
pertenecían a él. Pero les dio la oportunidad de redimir algunos de los 
mismos. Por ejemplo, ellos pudieron “comprar” de Dios un asno que era 
primogénito para utilizarlo en un sacrificio a cambio de sacrificarle (pagarle) 
un cordero. Así el precio de la redención del asno era un cordero (Éxodo 
13.11–13). Como el asno podía ser redimido si el dueño daba un cordero suyo a 
Dios, así el hombre perdido en pecado fue redimido cuando Dios ofreció su 
Cordero en la cruz. Para redimir al hombre caído (comprarlo de nuevo para sí), 
Dios tuvo que dar a su Hijo unigénito.
En el 
capítulo anterior vimos la obra de Cristo al expiar nuestro pecado para 
reconciliarnos con Dios. Su sangre vertida pagó el precio de nuestra redención. 
El hombre salvado ya es posesión de Dios y adquirido por la sangre preciosa de 
Jesús.
La 
redención de Dios
1.                 
“Vendido al pecado”
El hombre 
caído no pertenece a Dios, sino al diablo. Su estado se describe en las 
siguientes palabras: “Soy carnal, vendido al pecado” (Romanos 7.14). Como Esaú, 
que por una sola porción de potaje vendió su primogenitura, así el pobre pecador 
vende su alma por un solo “pedazo de carne” por medio del cual el diablo lo 
tienta. Al ser vendido al pecado entonces el pecador está sin recurso. La ley 
sella su condenación porque le muestra que no puede vivir una vida que le agrada 
a Dios por más que se esfuerce. Ahora él está destinado a vivir esta vida y la 
venidera perdido, miserable, desamparado y sin Dios a menos que aplique la 
sangre del Señor Jesucristo a su vida para que Dios lo redima.
2.                 
La sangre es nuestro 
rescate
El 
“rescate” es lo que uno paga para recobrar o redimir algo para sí. Al hombre le 
es imposible pagar su propio rescate o el de otro (Salmo 49.7–9). El hombre no 
tiene con que pagar el alto precio de su redención. Su única esperanza es que 
Dios mismo lo pague. Y ya lo ha hecho.
Cristo, 
nuestro Redentor, ofreció su propia sangre para comprarnos de 
nuevo para sí. Como Cristo mismo dijo, él vino “para dar su vida en rescate por 
muchos” (Mateo 20.28). Pedro nos dice que somos redimidos, no con cosas 
corruptibles como plata y oro, “sino con la sangre preciosa de Cristo, como de 
un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1.19). Pablo añade su 
testimonio, diciendo: “Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los 
hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 
Timoteo 2.5–6).
3.                 
El Espíritu Santo es las arras de nuestra 
herencia
Aunque 
Cristo ha pagado el precio de nuestra redención no experimentaremos el 
cumplimiento completo de la misma hasta llegar a la gloria. Dios nos ha dado el 
Espíritu Santo como evidencia que nos ha redimido para siempre. Nos ha dado de 
sí mismo para mostrarnos que en verdad pertenecemos a él. “Habiendo creído en 
él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de 
nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de 
su gloria” (Efesios 1.13–14).
4.                 
La redención es para 
todos
Una de las 
verdades más bellas de la redención de Dios es que la misma es para todos los 
pueblos, en toda nación, en toda región y en todo tiempo. Si alguno que conoce 
el plan de Dios no se salva, es por su propia culpa, pues Dios proveyó para la 
redención eterna de toda persona.
La 
redención es también para los santos del Antiguo Testamento. “Es mediador de un 
nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las 
transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa 
de la herencia eterna” (Hebreos 9.15).
Y la 
redención es para todos los santos del Nuevo Testamento. “Quien se dio a sí 
mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un 
pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2.14).
En fin, la 
redención es para todo aquel que quiera alcanzarla. “Digno eres de tomar el 
libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has 
redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 
5.9).
Resultados de la redención
Los 
redimidos gozan de:
1.                 
Liberación del dominio del 
diablo
Por medio 
de su muerte, Cristo destruyó “al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al 
diablo, y libr[ó] a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda 
la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2.14–15). El pecado ya no tiene dominio 
sobre nosotros (Romanos 6.14). Estamos libres para servir a Dios en justicia con 
una conciencia limpia. El pecado frustró a los que vivieron bajo la ley de 
Moisés porque nunca podían librarse de sus garras. Pero “Cristo nos redimió de 
la maldición de la ley” (Gálatas 3.13).
El mundo 
está bajo el dominio del diablo y también está condenado con él. Pero Cristo “se 
dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo” (Gálatas 
1.4). Fue de esta liberación que Pablo se regocijó, diciendo: “Lejos esté de mí 
gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es 
crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6.14).
“El postrer 
enemigo que será destruido es la muerte” (1 Corintios 15.26). La promesa es: “De 
la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte” (Oseas 13.14). Los 
redimidos del Señor no temen al sepulcro porque el retorno del cuerpo al polvo 
significa también un retorno del espíritu a Dios y por fin habrá una “redención 
de nuestro cuerpo” (Romanos 8.23) así como del alma. Mientras que los impíos 
“sufrirán pena de eterna perdición” (2 Tesalonicenses 1.9), los justos 
descansarán seguros en la esperanza de aquel “que rescata del hoyo tu vida” 
(Salmo 103.4).
2.                 
Reconciliación con Dios
“Y a 
vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, 
haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio 
de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de 
él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la 
esperanza del evangelio” (Colosenses 1.21–23). Hay dos cosas que se mencionan de 
manera especial: (1) que podemos ser reconciliados con Dios por medio de la 
muerte de su Hijo y (2) que tenemos que permanecer en “la esperanza del 
evangelio”. Dios ha hecho su parte en la redención e hizo posible que el hombre 
hiciera la suya. ¿Acaso permaneceremos firmes en la fe?
3.                 
Perdón de pecados
“En quien 
tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1.14). Pablo 
declara en su carta a los efesios esta misma verdad al hacer mención de que 
recibimos este perdón “por las riquezas de su gracia” (Efesios 2.7). Cuando 
somos redimidos entonces damos a conocer que fuimos pecadores y que ahora somos 
salvos por gracia.
4.                 
Justificación
“Siendo 
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo 
Jesús” (Romanos 3.24). La redención hecha por Cristo nos justifica para que 
podamos presentarnos ante Dios, porque ahora tenemos la justicia que es por la 
fe en su Hijo amado.
5.                 
Santificación
“Cristo amó 
a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola 
purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí 
mismo, una iglesia gloriosa” (Efesios 5.25–27). (Lea también Tito 2.11–14; 
Hebreos 10.10, 14; 13.12.)
6.                 
Ciudadanía celestial
Por medio 
de la redención llegamos a ser hijos de Dios. Pablo lo llama “la adopción de 
hijos” (Gálatas 4.5). “Para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un 
pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2.14). Pedro declara que el pueblo 
de Dios es “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por 
Dios” (1 Pedro 2.9). Hemos sido llamados del mundo pecaminoso para ser “pueblo 
adquirido por Dios”.
Debemos 
recordar que los redimidos del Señor, salvados, “santificados, útiles al Señor” 
son su propia “posesión adquirida” (1 Corintios 6.20). También debemos recordar 
que ellos andarán en el camino de la santidad del Rey (Isaías 35.8–9), esperando 
el tiempo cuando los redimidos volverán a Sión con gozo (Isaías 35.10) y sólo 
ellos cantarán juntos la historia bendita de la redención en el 
cielo.
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