CAPÍTULO 10
El hombre redimido
“Cristo nos
redimió de la maldición de la ley” (Gálatas 3.13).
El estudio
del hombre incluye tres puntos: (1) el estado del hombre cuando Dios lo creó;
(2) el estado del hombre en pecado y (3) el estado del hombre redimido. Ya hemos
estudiado los dos primeros, ahora vamos a estudiar brevemente el
tercero.
Cuando Dios
le mostró a Adán los resultados del pecado también le prometió el Redentor. (Lea
Génesis 3.15.) En este capítulo sólo le echaremos un vistazo al hombre en su
estado redimido. El tema de la redención se considerará más a fondo en el
capítulo 25.
El hombre
redimido, igual que el hombre en su estado original, goza de comunión con Dios.
Pero hay una diferencia entre el hombre redimido y Adán antes de la caída: El
hombre redimido se enfrenta con las debilidades de la carne que Adán no tuvo
antes de su caída. Él seguirá con debilidades hasta que muera, hasta que Dios
llame a sí mismo su alma redimida.
Al comparar
al hombre redimido con el incrédulo nos damos cuenta que ambos tienen algo en
común: Ambos tienen debilidades humanas y tienen una naturaleza pecaminosa. La
carne domina al hombre natural, mientras que el hombre redimido domina a la
carne. Aquél anda “conforme a la carne”; éste “conforme al Espíritu” (Romanos
8.1). Aquél está muerto espiritualmente; éste vive espiritualmente. Aquél es
vencido por el mal; éste vence el mal con el bien (Romanos 12.21). Aquél está en
el camino ancho de la perdición; éste en el camino angosto de la vida
eterna.
El hombre
redimido como Dios lo rehace:
1.
Es un hijo de
Dios
En su
estado caído, el hombre era “hijo del diablo” (Hechos 13.10; Juan 8.44). Sin
embargo, habiendo resucitado de la muerte a la vida y habiendo salido de las
tinieblas a la luz, el hombre redimido ha renacido y pertenece a la familia de
Dios.
2.
Tiene que luchar contra el
pecado, la enfermedad, el dolor y la muerte
Los
resultados del pecado todavía se manifiestan por las debilidades de la carne,
aunque el alma sea salva. Por tanto, hay una lucha en nuestro cuerpo. “Porque el
deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne”
(Gálatas 5.17). Además, debemos luchar constantemente. Pablo dice: “Golpeo mi
cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros,
yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9.27). Este cuerpo vil, cuando no
está sujeto a la voluntad de Dios, es lo que ha corrompido al mundo. Aun cuando
está sujeto a Dios, el hombre redimido tiene que pagar en parte la paga del
pecado, sufriendo dolores y finalmente la muerte. El cuerpo es nuestra herencia
de Adán y el hombre no se puede librar de él hasta que vuelva al polvo (Romanos
8.1–14; Eclesiastés 12.1–7).
3.
Tiene entrada al Padre
Esta
entrada no la tiene el pecador. Verdaderamente existe una invitación llena de
misericordia: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”
(Isaías 45.22). Pero “el que aparta su oído para no oír la ley, su oración
también es abominable” (Proverbios 28.9). La condición es: “Oíd, y vivirá
vuestra alma” (Isaías 55.3). A cualquier hora del día los hijos de Dios tienen
entrada al Padre, quien con tierna misericordia y bondad oye sus oraciones y las
contesta conforme a su sabiduría infalible. Ciertamente el hijo de Dios puede
decir: “Y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo
Jesucristo” (1 Juan 1.3).
4.
Tiene un abogado
celestial
“Si alguno
hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1
Juan 2.1). Él conoce nuestra debilidad e intercede por nosotros al Padre cuando
somos tentados (Hebreos 4.15–16). Cuando tenemos a Cristo como nuestro Abogado,
no hay nada que temer.
5.
Es templo del Espíritu
Santo
“¿O
ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en
vosotros” (1 Corintios 6.19). La Biblia se refiere varias veces a los hijos de
Dios, ya sea de manera individual o colectiva, como “el templo de Dios”. Ser la
morada del Dios Altísimo es el deseo más sublime del cristiano mientras esté
aquí en la tierra. Nuestro deber es mantener nuestro corazón en una condición
recta para tener la presencia permanente de este huésped
celestial.
6.
Es coheredero con Cristo
La Biblia
dice que los hijos de Dios son “herederos de Dios” (Romanos 8.17); “herederos de
la salvación” (Hebreos 1.14); “herederos de la promesa” (Hebreos 6.17);
“heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11.7) y “herederos del
reino” (Santiago 2.5). Pablo lo resume todo cuando dice que los hijos de Dios
son “coherederos con Cristo” (Romanos 8.17).
7.
Tiene esperanza para el
futuro
Luego que
los dos varones con vestiduras blancas dijeron que Jesús vendría otra vez
(Hechos 1.11), los discípulos recordaron que su Señor les había dicho que
esperaran en Jerusalén hasta recibir poder. Entonces volvieron a esa ciudad y
perseveraron constantemente en oración y adoración hasta que vino el Espíritu
Santo. Su fe y su esperanza fueron recompensadas. Asimismo será recompensado
cada uno que, velando constantemente y sirviendo fielmente al Señor, espera la
promesa de la segunda venida del Señor en su gloria. De manera que esperemos su
venida, cuando el anhelo ardiente de la creación será cumplido. “Sin esperanza y
sin Dios en el mundo” no se escribió acerca de los hijos de Dios. ¡Todo lo
contrario! La esperanza de la venida del Señor y de la gloria y el gozo sin fin
debe conmover el alma del creyente. Él tiene gozo en su corazón porque sabe que
esta promesa es verdadera: “Cristo en vosotros, la esperanza de
gloria”.
8.
Recibirá su redención eterna y
completa
El hijo de
Dios espera gozosamente su redención eterna. Pero las debilidades de la carne le
recuerdan siempre que mientras esté aquí en la tierra no solamente es heredero
de la gloria, sino que también es hijo de tristeza. Pablo expresó el sentimiento
de muchos soldados de Cristo cuando dijo: “Porque asimismo los que estamos en
este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados,
sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida” (2 Corintios
5.4). No se trata de que no estemos satisfechos o que no queramos permanecer en
este cuerpo hasta que nuestra misión sea cumplida, sino que la esperanza de una
gloria más completa y rica, donde no se conocen debilidades humanas, lágrimas y
dolores nos impulsa a exclamar como lo hizo Juan: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”.
Otra vez Pablo expresa nuestros sentimientos: “También nosotros mismos, que
tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros
mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8.23).
Esta redención se perfeccionará en la resurrección cuando Cristo vuelva por los
suyos y cuando, con cuerpos glorificados, nos encontraremos con él en el aire (1
Tesalonicenses 4.16–18).
CAPÍTULO 11
La muerte
“Está
establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el
juicio” (Hebreos 9.27).
“Y cuando esto
corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la
muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu
victoria?” (1 Corintios 15.54–55).
Hemos
decidido dejar para el final este tema en el estudio del hombre mortal, ya que
la muerte es la puerta entre el tiempo y la eternidad.
¿Qué es la
muerte?
1.
La muerte es una
separación
La muerte
física o natural es una separación del alma y del cuerpo. (Lea Génesis 25.8;
Eclesiastés 12.7.) La muerte espiritual es cuando el alma se aparta de Dios en
esta vida (Efesios 2.1, 12; 1 Timoteo 5.6). La muerte segunda es la separación
eterna del alma de su Dios. El alma condenada estará en el lago de fuego con el
diablo y sus ángeles (Apocalipsis 2.11; 21.8).
2.
La muerte es la paga del
pecado
Dios plantó
el árbol de la ciencia del bien y del mal en medio del Huerto de Edén y amonestó
a Adán, diciendo: “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis
2.17). Después que Adán hubo pecado entonces oyó esta sentencia: “Polvo eres, y
al polvo volverás” (Génesis 3.19). Dios ha establecido que “el alma que pecare,
esa morirá” (Ezequiel 18.4). Pablo destacó este hecho cuando dijo: “La muerte
pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12). El pecado
separa al hombre de Dios y produce la muerte.
3.
La muerte es un enemigo la
cual, por la resurrección de Jesús, se ha convertido en una
bendición
Aquí
hablamos únicamente de la muerte física. Fue un acto misericordioso de Dios
sacar al hombre del Huerto de Edén para que no comiera del árbol de la vida y
así vivir para siempre en su estado pecaminoso. Aunque la muerte es “el postrer
enemigo que será destruido” (1 Corintios 15.26), por la muerte y la resurrección
de Cristo sentimos que el aguijón ha sido quitado de nosotros. Por medio de él
la muerte es la puerta por la cual pasamos de este mundo pecaminoso a la vida
gloriosa del mundo venidero. Al ver la muerte por todos lados recordamos siempre
la debilidad del hombre y la importancia de estar listos para este llamado de
Dios.
4.
La muerte no es el fin de la
vida
Después que
la hija de Jairo había muerto, Cristo dijo: “No está muerta, sino que duerme”
(Lucas 8.52). ¡Sí, ella estaba muerta! Sin embargo, fue sólo un sueño. En este
caso, ella durmió sólo hasta que el Señor la tocó. Pero si a ella se le hubiera
permitido dormir hasta la resurrección entonces el sueño no hubiera sido
diferente de lo que fue en aquel momento. Después de que se le informó a Cristo
que debía ir donde estaba Lázaro, él le dijo a los discípulos: “Nuestro amigo
Lázaro duerme” (Juan 11.11). Pero luego lo explicó, diciendo: “Lázaro ha
muerto”. Cuando la muerte toca al cuerpo, éste duerme hasta el tiempo de la
resurrección. Entonces se levantará al llamado del Señor. El hecho de que la
muerte es un dormir temporal se ve claramente en el mensaje de Pablo a los
tesalonicenses. (Lea 1 Tesalonicenses 4.13–15.)
Lo que la muerte
no es
1.
No es “el dormir del
alma”
La idea de
que el alma y el cuerpo van al sepulcro juntos no encuentra su apoyo en las
escrituras. Dios dice que en la muerte “el polvo [vuelve] a la tierra, como era,
y el espíritu [vuelve] a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12.7). Cuando el mendigo
Lázaro murió “fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (Lucas 16.22). El
hombre rico, aunque fue enterrado, abrió sus ojos, “estando en tormentos”. Pablo
consoló a los tesalonicenses, diciendo: “Porque si creemos que Jesús murió y
resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1
Tesalonicenses 4.14). ¿Cómo podría él traer consigo las almas de los muertos si
no estuvieran con él?
2.
No es la destrucción completa
del alma
La teoría
de la destrucción del alma tiene su base en la creencia que el alma no puede
existir separada del cuerpo. Algunos dicen: “La muerte significa muerte y nada
más”. Por una parte tienen razón, pero cuando plantean que hay únicamente una
sola clase de muerte van en contra de las escrituras. “Polvo eres, y al polvo
volverás” no se dijo del alma. ¿Qué quería decir Pablo cuando escribió a los
efesios: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos” (Efesios 2.1) o
cuando escribió a Timoteo: “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está
muerta” (1 Timoteo 5.6)? ¿Por qué le habría dicho Cristo al malhechor en la
cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, si no hubiera una vida más allá del
sepulcro? No, la muerte no es la destrucción del alma. Al hecho de dejar de
vivir naturalmente lo llamamos muerte física. En cambio, cuando dejamos de vivir
espiritualmente esto es lo que conocemos como la muerte espiritual. Los justos
así como también los impíos existirán eternamente después de la muerte física
(Mateo 25.46).
El aguijón de la
muerte
El justo no
teme al aguijón de la muerte porque sabe que sus pecados son perdonados. La
muerte física del justo liberta al espíritu para que vuelva a Dios. El cuerpo
vuelve al polvo para esperar el llamado de Dios en el día de la
resurrección.
Hay que
recordar que la muerte física traerá libertad gloriosa únicamente a los salvos
en Cristo. A los injustos les espera el castigo eterno, mas los justos se
consuelan con la promesa de la vida eterna.
El hijo de
Dios, mirando más allá del río de la muerte, se consuela con este pensamiento:
“Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se
deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en
los cielos” (2 Corintios 5.l). Para el hijo de Dios la muerte significa la
libertad del alma. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu
victoria? (...) Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio
de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15.55–57). Cuando nuestros amados que
mueren en el Señor son puestos en el sepulcro, nuestros tristes corazones se
consuelan con la esperanza de que nos encontraremos nuevamente en el hogar
celestial donde la muerte no entrará jamás.
Fuente: elcristianismoprimitivo (PUNTO) com/doct10and11 (PUNTO) htm
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